Es verdad que en estos días navideños hay muchos que huyen a la soledad del senderismo o que se encierran en sus casas para escapar del mundanal ruido y, si se lo pueden permitir, viajan a otras ciudades. Para muchos esta no es sino una fiesta que les parece hueca o triste, dependiendo de su situación personal o familiar. Estos días también pueden ser muy insoportables y tristes para quienes padecen el dolor de la pérdida o de la escasez en un mundo que, realmente, está muy mal repartido.

Se ha dicho mucho del origen y evolución del calendario festivo tradicional, ese que se nos ha legado y que estuvo a punto de desaparecer en torno a los años 70, cuando la gente de los pueblos marchó a las ciudades con pocos enseres en su maleta, dejando en la zona rural una forma de vivir y de festejar la vida que se remontaba a los albores de tradiciones seculares.

El folclore se mantiene vivo gracias a muchas personas y grupos que se han dedicado a recuperar la memoria de nuestros mayores. La cultura viva no debe anclarse en el pasado, ni hemos de idealizar unas épocas pretéritas que, sin duda, fueron duras para la mayoría de quienes las tuvieron que vivir forzosamente, pero tampoco hemos de desdeñar la cultura y la sabiduría tradicional, cegados por el brillo hueco del neón o la cortedad de miras de un presente que no se hará futuro florido si cercenamos nuestras raíces.

Cada día valoro más a quienes son capaces de coger un vuelo barato y plantarse en Londres para ver una novedosa exposición u obra de teatro y, a la vez, son capaces de divertirse en alguno de los encuentros de cuadrillas de nuestra Región. Lo que está demostrado es que la vida son dos días y no nos podemos permitir desaprovechar ni un menú de cuchara, con receta de la abuela, ni un sofisticado plato de novedosa comida de autor, siempre y cuando la salud y la economía nos lo permitan.

Vivimos tiempos en los que aún perviven cuadrillas que cantan los aguilandos como en aquellos tiempos en los que se salía de casa en casa a cantar a cambio de una invitación de unos dulces artesanos y reparadores tragos de vino viejo o licores. Ahora se inauguran nuevas modas, como las del tardeo, pero que siguen manteniendo la sana costumbre de salir de casa y compartir charlas y alegrías con nuestros conciudadanos.

El día de Navidad es un día grande que también se vive en familia, un día en el que se brinda por los presentes y por los ausentes que no se olvidan y que se echan más en falta que nunca. Ayer empecé el día con la alegría de las tradicionales jotas y pardicas, tocadas con guitarras, bandurrias, laúdes o violines. Estamos en época de aguilandos, de disfrutar de los encuentros de cuadrillas, de mercadillos artesanales y de poder recorrer la ruta de los belenes de la Comarca.

Además de los belenes de Cartagena o San Javier, quiero recomendarles el de Perín, una pequeña y desconocida joya que podemos contemplar en el local social de esta pequeña localidad en la que se guardan aún las esencias de tradiciones ya perdidas en el resto del municipio cartagenero. En él vemos una gran reproducción de su iglesia, un molino de viento y hasta el famoso acueducto de la localidad.

Imprescindible también es acudir a la diputación de El Albujón, cuna del asiático cartagenero, tal como lo conocemos hoy. Allí podemos contemplar un imponente Belén que, desde 1994, hace las delicias de mayores y pequeños. Un total de 2000 figuras obra de reconocidos artesanos, con numerosas casas, palacios, caseríos y barrios, entre grandes montañas con valles, cuevas, zonas cultivadas y desiertos conforman un prodigio del buen gusto. En él podemos aprender de la historia sagrada y de nuestra cultura rural, con un exhaustivo estudio de todos los oficios tradicionales: agricultores, pastores, talabarteros, lecheros, panaderos, carpinteros, carniceros y elaboradores de embutidos, tejedores, aguadores, etc. Si los belenes, como toda la iconografía religiosa, se inventaron para enseñar con imágenes, el de El Albujón se lleva la palma. Acudid a él con hijos, nietos, amigos o familiares. Nos trasladará a nuestra infancia y al legado etnográfico de nuestras raíces.