Después de ocho años de mandato de José Muelas Cerezuela al frente del Ilustre Colegio de Abogados de Cartagena, le toma el testigo Antonio Navarro Selfa, tras hacerse con la mayoría de los votos en primera y única vuelta. Entre tanto, el primero se mantendrá en el cargo hasta finales de enero, habiendo conseguido, entre muchos de sus logros, no ser el último decano, que no es poco, tal y como estuvo a punto de suceder cuando el Colegio pretendía ser eliminado por ley.

El señor Muelas es aquel hombre docto que recuperó la función social de tal honorable institución. Sus méritos han ocupado páginas y páginas de periódicos, pasando por las del ABC de Sevilla y llegando, incluso, hasta el otro lado del Atlántico para ser entrevistado por The New York Times. A vuela pluma les recordaré que consiguió que no se cerrase el Palacio de Justicia de Cartagena; que se eliminasen las tasas; que no trincasen el Registro Civil; saneó económicamente las cuentas del Colegio; libró una batalla a través de 'change.org' para suspender LEXNET y desplegó brigadas por el ciberespacio, como si del desembarco de Nombradía se tratase.

Este compañero deja un listón muy difícil de superar y no sólo por sus decoros, sino porque se ha dejado la piel en el cargo, tratando de servir a los demás. Y cuando digo la piel no lo digo en sentido figurado, sino de verdad, hasta el punto que mis ojos lo vieron entrando en silla de ruedas al Palacio de Justicia, recordando, a mi juicio, al héroe de la Hispanidad, al almirante Blas de Lezo que aun cojo, manco y tuerto, venció a los ingleses en Cartagena de Indias. Cosa que le honra y le honrará, al señor Muelas, hasta el fin de los tiempos. Son los efectos colaterales del cargo, él lo sabe mejor que nadie, ya que no sólo se marchará con heridas de guerra, sino además con menos dinero y con menos clientes que cuando comenzó su ilustre andadura. Precisamente por ello, el otro día, se sorprendía en uno de sus artículos por la lucha entre abogados que se estaba librando en el Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, hasta el punto de querellarse entre compañeros.

Asimismo, le comentaba, querido lector, que su sucesor, el señor Selfa, no lo tendrá nada fácil. Hoy cualquier cargo de cierta responsabilidad tiene, a lo poco, tres costes reales que toda persona debe soportar. Uno es el coste personal en cuanto a salud y en cuanto a generador de críticas y enemigos se refiere. El otro es el coste económico, porque si eres un tipo honrado hay cuantiosos gastos que se te pegan al bolsillo y sin querer descuidas a tus clientes y a tu despacho. El tercer coste es el familiar, porque si tienes pareja deberás rendir cuentas en cada reunión que te ausentes y si tienes hijos te perderás parte de la infancia de los mismos.

Ciertamente, esa misma reflexión la mantuve de viva voz y a pie de calle con nuestro nuevo decano. Le dije antes de que ganara: ¿de verdad estás dispuesto? El precio que se paga suele ser bastante alto. Mira el amigo Muelas. Mira doña Inés Arrimadas, le indiqué. ¿Crees que ella puede vivir en paz? ¿No sentirá miedo de lo que le pueda pasar a su familia? Ambos coincidimos que hoy es más difícil que nunca ostentar un cargo público, si bien el compañero me aseguró que a él le apetecía y que lo haría por nosotros y por mejorar ciertas cosas, las cuales se pueden leer con calidad manifiesta en su programa confeccionado para la ocasión. Y yo no lo pongo en duda. Ahora bien, siguiendo con el punto 14º de lo expuesto en el mismo, en el que el nuevo decano desea contar con nuestra opinión y nuestro consejo, me atrevo a pedirle públicamente, aunque ya se lo dije en persona y aunque ninguno de los tres candidatos lo haya señalado expresamente en su programa, que haga todo lo posible por dignificar esta honorable y científica profesión, hoy prostituida hasta límites insospechados. Y si ello implica potenciar la labor de inspección del Colegio habrá que hacerlo, porque no podemos consentir que ciertos abogados de esta ciudad regalen su trabajo, ni que tampoco trabajen bajo coste. Cosa que sucede con excesiva frecuencia.

Por lo demás, mis mejores deseos y todo mí respecto a personas como él, las cuales están dispuestas a soportar los tres costes meritados y otros tantos otros de difícil vaticinio. Adelante, compañero. Échale puñetas. Que hay demasiados abogados y que los pobres no tienen ni para pagarse la mutua y eso sí que no puede ser. ¡Habemus Decanum! ¡Feliz Navidad!