Desde el principio de los tiempos parece que el universo responde a unas leyes, ecuaciones o principios que se van repitiendo. Harto trabajo tienen los científicos para entenderlo e intentan descubrir cómo funciona el Cosmos y que no nos parezca un caos. Habitamos en un rinconcito insignificante de una galaxia perdida en la inmensidad de la materia esparcida y bastante tenemos los mortales para comprender las cuatro estaciones, que es casi más difícil que entendernos a nosotros mismos.

Parece ser que desde nuestros ancestros, se ha querido organizar la vida en torno a la supervivencia y a la fiesta: comer, cazar, cultivar, viajar y bailar se ha hecho mirando al calendario, las estrellas, el sol, la luna, las hojas de los árboles o la venida de las golondrinas. Ahora, como estamos enganchados al móvil y a la televisión, tenemos la suerte de estar conectados a las campañas de El Corte Inglés, la Lotería Nacional, la Declaración de la Renta o las bromas del Whatsapp, y así sabemos en qué mes estamos y qué hay que celebrar.

Los vecinos de mi pueblo, en conjunción galáctica con la Concejalía de Infraestructuras, se empeñan en talar los pocos árboles de sus pequeños jardines, de las calles y de las plazas. Las fábricas de losas son el negocio del futuro (losas fúnebres), pero nuestros nietos no van a saber distinguir entre las estaciones si no pueden ver las hojas de los árboles cuando brotan verdes en primavera, dan sombra en verano, se las llevan las ventoleras en otoño y desaparecen en invierno. Algunos parecen empeñados en que nadie pueda salir a pasear. En invierno brasero, sofá y manta; y en verano aire acondicionado con toda la casa cerrada o emigrar, como las aves, al norte, porque nuestras calles y plazas serán un infierno al solanero.

El solsticio de invierno se hacía la matanza porque ya no había hierba para dar de comer a los animales, ni quedaban provisiones para abastecer a la familia. Para no comérselo todo en una sentada, se inventaron los embutidos, secados a la fresca con la ayuda de las especies, que aseguraban la manutención hasta la nueva temporada de cultivos. Para pasar los rigores del frío nada como pertrecharnos de mantas y pieles, pero también de unas buenas lorzas, acumulando reservas en torno al cuerpo gracias a los dulces y los frutos secos. Todo ello, acompañado de vinos y licores que nos suben la temperatura y nos hacen más agradables las noches.

En torno al fuego, en el solsticio de invierno, las familias pasan más horas juntas y se comparten las historias, los cuentos y las canciones que los viejos enseñan a los jóvenes. Esta época es la de la proliferación de la tradición hasta en la gastronomía, momentos de regreso, de reencuentros, momentos de bailes y música. Un tiempo proclive a soñar con un año mejor, con una primavera por llegar, llena de bienes, amor y consecución de proyectos. Por eso no hay otra época mejor para la gran esperanza de una lotería que te resuelva todos los problemas.

El invierno, además, es una época propicia para la magia y para los sueños, para que nazca un Dios que nos traiga fraternidad para todos, para que los ángeles anuncien la buena noticia de una Paz para siempre, o para que unos diminutos duendes o unos viejos barbudos vengan cargados de alegría, regalos y felicidad.

En estos días de invierno nos damos cuenta de lo bien que estamos juntos, de lo bien que estamos cuando tenemos salud y de lo absurdos que son algunos afanes en los que nos ocupamos todo el año. En estos días, nos acordamos más aún de los que nos faltan a nuestro lado, de los que nos acompañaron en la vida y ya no están, y nos acordamos de los pobres que no pueden disfrutar de lo que tenemos. Por eso, con el frío, nuestro corazón está un poco más caliente y nos hace más proclives a la solidaridad.

Muchos llamamos Navidad a esta época mágica, lo cierto es que este mundo cada vez la necesita más.