Nací en 1984. Les garantizo que, desde entonces, no sé lo que es que la derecha mate a alguien en España. En cambio, sí sé lo que es que la izquierda asesine sin piedad. Recuerdo que, por aquel entonces, la izquierda nacionalista vasca, a través de su ejército terrorista armado, solía acabar con la vida de cientos de inocentes; recuerdo también la guerra sucia y suicida del GAL en el que desde las cloacas socialistas capitaneadas por Míster X se mataron a unas 60 personas; recuerdo también a los comunistas y verdugos del GRAPO; recuerdo además a los terroristas independentistas catalanes, o sea a los asesinos de Terra Lliure y amigos de ERC.

Me consta que aquellos canallas de la ezquerra secuestraron, amordazaron y dispararon en una pierna a Federico Jiménez Losantos. Me consta que al líder de la radio española Luis del Olmo la ETA quiso matarle hasta en ocho ocasiones. Me costa igualmente que Carlos Herrera recibió un paquete bomba que no detonó. Y así suma y sigue. El tema daría para una tesis doctoral. Todos sabemos que para la izquierda terrorista el fin siempre ha justificado los medios, de hecho no ha tenido reparo alguno en matar a quien se haya puesto por delante, con independencia de su cargo ostentado, para alcanzar sus pretensiones. De hecho, dos presidentes del gobierno han volado por los aires en poco más de 40 años: el almirante Carrero Blanco y José María Aznar.

Por eso, cuando en España, con todo lo que hemos sufrido por culpa de esta patulea infecta, acogemos entre algodones a ideologías genocidas que después de 100 años de existencia cuentan con más de 100 millones de muertos en su haber, y cuando líderes políticos como el comandante Pablo Iglesias desde los altavoces que les proporcionan sus cadenas amigas incitan a las masas, con impunidad manifiesta, a «ir a la caza de fascistas», y cuando el jefe de la manada (no el de San Fermines, sino éste) repite y repite «Está volviendo el fascismo» y «habéis despertado el monstruo» por los actos patriotas y de exaltación nacional cuando aquello del referéndum ilegal de Cataluña, las consecuencias no podían ser otras que las acaecidas en estos días, o sea, que se activasen los grupos violentos de extrema izquierda y que estos matasen vilmente a Victor Laínez, simpatizante de la legión apaleado en Zaragoza por llevar la bandera de España en los tirantes.

Ya se ha cobrado su primera víctima el dichoso 'procés' y es del bando nacional. Pero lo peor de todo, no es sólo eso, como aseguró Federico Jiménez Losantos, es que ya «no sólo nos matan por ser españoles, es que encima tapan que nos han matado. Y esto lo hace el Gobierno, lo hace la oposición y los medios apesebrados que son casi todos». Aquí no todos los muertos son iguales. No rige el principio de igualdad en ese sentido. Hay muertos de primera y muertos de segunda. Sólo tienen que echar un vistazo rápido a la prensa o a la Ley de Memoria Histórica para comprobarlo. Si el fallecido es nacional, es menos muerto que si es separatista o si es marxista. Imagino que estarán conmigo en que para la subversiva y reversiva España actual Luis Companys es poco más que un mártir cuando cualquiera sabe que fue un asesino en mayúsculas, si bien en minúsculas comparado con el héroe de Paracuellos del Jarama Santiago Carrillo.

Los políticos, los medios de comunicación y el conjunto de la ciudadanía considero que tenemos un deber como sociedad antes de que caiga la segunda víctima del procés y ese deber no es otro que reconocer la máxima de Ortega en la que asegura que «ser de la izquierda es como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral». Una vez reconocido eso, pronto descubriremos que un país es otra cosa y que no se puede analizar la realidad con uno de los dos ojos tapados. Espero que el legionario descanse en paz y que sea el último de los caídos y deseo que a lo que llaman lucha antifascista cese de inmediato, porque en España hay muchas cosas, pero si algo no hay es fascismo, por mucho que se empeñen los unos y los otros.