Confiésenlo, ustedes también se han perdido. Como en esos matrimonios que cada dos por tres se oyen los gritos desde la escalera y uno acaba revisando con lente de explorador por si se encontraran signos evidentes. El caso es que aunque pudiera tener pinta, ni rastro de traspasada la línea divisoria, así que no especulen que estas cosas son siempre tan sutiles que mejor dejar las evidencias para que sean otros quienes las determinen y así carguen con las responsabilidad de poner altavoz o mirar para otro lado.

A él siempre se le vio venir, desafiante, dominante, un hombre bien puesto. Ella dio el perfil, como las reinas, un paso detrás de su rey en todos los desfiles, respetando, subyugada al protocolo del silencio en todas las reuniones de escalera. Alguna vez hemos intentado preguntarle por lo de dentro, sobre todo cuando en esos largos fines de semana la basura empezaba a oler y le dio a ella por bajarla de seguido en el ascensor, pero nada, 'de eso no hablo', decía siempre, aunque el olor fuera evidente; y así fueron pasando los meses, incluso los años. Mucho tiempo para no llevarse bien.

De pronto un día, ella empezó a caminar dos pasos por delante de él, bien definidos, como si se hubieran cambiado los papeles. Le dio por salir, por hablar con todo el mundo, por explicarlo todo, yo, mi, me, conmigo... Uno de esos giros teatrales en mi mayor dominante que aplanan para siempre la canción. Estábamos todos equivocados, menudo carácter. La del segundo se vino arriba con lo de ya os lo dije yo que ahí había mucha mujer y tuvimos que comernos en voz alta los cuchicheos de los últimos dos años en voz baja.

Las broncas de extraños en la noche bajaron repentinamente de intensidad y pasaron a ser más allá de la luz, a la vista de todos y casi todos los días. La del cuarto dice que lo que pasa es que ella ha decidido no callarse, romper el silencio y por eso ahora discuten por todo. Que si el recibo del agua no me gusta y lo voy a cambiar de compañía, que si tú ocúpate de esto o de lo otro pero yo superviso, dirijo, controlo y autorizo, que si esta noche salgo pero tú no vienes. Así las cosas a él se le ha empezado a ver poco y dicen que no lo lleva nada bien. El niño en el bautizo y el novio en la boda y ahora ni siquiera pareja de baile, qué injusto es todo y qué complicado de digerir.

Dicen que se refugia en la cocina, intentando rehogar lo de dentro y fabricar platos a medida para sus amigos, todos de buen yantar, pero ella ya no lo deja elegir ni el minutaje del microondas. Muy duro para quien siempre le gustó lavar la ropa en la terraza y secarla cuando más aire hiciera, como sábanas ondeantes y ahora el destino le condena a lavadora y secadora de interior. Dicen que ella le quiere quitar hasta el despacho y todo para ampliar el dormitorio para uno -total para subir y bajar la basura ya no lo necesita- y él dice que se siente traicionado, aunque a decir verdad nunca hemos visto a nadie rondando cercano y a deshoras. No está clara la traición.

A mí se me haría imposible gestionar así la compra, la economía, el cole de los niños... Un auténtico sinvivir. Si alguien así fuera mi pareja de baile en un salón de esos de lámparas con chorreras de cualquier ayuntamiento, por ejemplo, no quiero ni pensar cómo superar el día a día, que ya suponen el desasosiego. A veces es mejor separarse, no todo vale, que los hijos ya lo saben por mucho que se lo queramos ocultar. Pronto encontrarán otros referentes en pareja o incluso en solitaria mayoría para tender el mínimo sombraje que nos libre del frío o del calor, que el resto es irrelevante, pero sobre todo tienen que saber que nosotros saldríamos adelante también sin ellos, que quien con infantes pernocta, excrementado alborea y luego no hay forma de quitar la peste a mierda intensa y arraigada por todos los sillones, por todas las alfombras, por todas las banderas.