Comía el otro día con un empresario de reconocido prestigio de nuestra ciudad marítima, cuando salió a colación el tema del AVE Madrid-Cartagena. A él se le notaba esperanzado y deseoso de que ese tren llegase a nuestra ciudad portuaria, al igual que llega a otras ciudades del territorio español. Yo, en cambio, en contra de su parecer y del sentir generalizado, me opuse a su planteamiento, sosteniendo que un país como el nuestro con una deuda pública del 100% sobre el PIB, con una presión fiscal de casi el 40%, sexto en el ranking de miseria y con la Seguridad Social en quiebra no necesita infraestructuras de ese tipo, porque generan una falsa riqueza. Le dije que Reino Unido, por ejemplo, no ha realizado una apuesta decisiva por ferrocarriles de este tipo y que ha optado por una modernización y actualización constante de la red y trenes existentes. Además, le comenté, que con esas políticas de gasto y obras elefantiásicas, propias de un feroz e inhumano capitalismo, estamos hipotecando a las generaciones venideras por el mero hecho de ir un poco más rápidos a Madrid, cuando esa ruta ya existe en la actualidad, tanto en tren, como en avión, en bus o en coche-taxi-blablacar. Le indiqué, en añadidura, que hace poco el periódico El País publicó un estudio que afirmaba que ninguna línea española de AVE es rentable para las empresas ni para la sociedad, si bien nadie parece querer escucha eso.

Una vez abierto el debate, le dije que a mí me parecía mucho más sensato abrir nuevas rutas que son más baratas, cercanas y tienen mayor capacidad de generar empleo y riqueza real, como por ejemplo conectar por mar a Europa con África, o sea, el ferry Cartagena-Orán. El empresario con solera reconoció que era una muy buena idea, si bien ambos coincidimos que antes de conectarnos con el continente vecino, el cual está a tan solo 214 kilómetros (133 millas marinas), en línea recta desde el Arsenal, debemos superar ciertos complejos y no pocos miedos que tenemos como sociedad.

Soy conscientes de que un ferry con Orán asusta a la mayoría de la población (no es igual de agradable y festivo que el Cartagena-Ibiza), sobre todo cuando el país es de origen árabe y cuando en la trimilenaria se están viviendo episodios terribles de oleadas de pateras repletas de inmigrantes irregulares que viene aquí en búsqueda de pan. Asimismo, considero que sobre los argelinos recae el desprecio generalizado de nuestra sociedad, incluso peor que lo que sucede con los marroquíes, si bien por ese mero estigma, yo no estoy dispuesto a renunciar a que la provincia marítima de Cartagena sea o pueda ser un verdadero punto de conexión con África como lo es Algeciras, Almería o Alicante, ni tampoco estoy dispuesto a renunciar a que un continente con presencia española, poseyendo como poseemos y conservamos a las Islas Canarias, a Ceuta y a Melilla y que, incluso, a parte de su territorio se le conoció con el nombre del ´África español´, deje de estar unido con nosotros.

Por último, comentarles, que desde la Autoridad Portuaria están deseosos de poner en marcha la precitada ruta con nuestro socio estratégico, aunque la prudencia y el terror que sienten a que se le eche el pueblo encima cortocircuita su buen hacer, si bien yo les pido desde mi revolución pendiente que sean valientes y que pongan en marcha ese servicio, el cual generará un sinfín de puestos de trabajo, proporcionará riqueza a nuestra ciudad a través de la cooperación e inversión empresarial en todos los sectores, con particular interés en el sector de energía, pesca y trasporte marítimo. Porque Argelia afronta una nueva etapa marcada por la mejora de las condiciones políticas y económicas, atravesando el mercado argelino un momento óptimo para desarrollarse dentro y fuera de sus fronteras, lo que constituye un significativo mercado complementario para nosotros. Por eso, concluyo diciendo que está en nuestras manos decidir si queremos para el futuro un mar Mediterráneo que nos una como nos unió la regata Cartagena-Orán recuperando las relaciones marítimas de siglos y como nos conectará el cable submarino de fibra óptica Orán-Cartagena, o si por el contrario queremos un mar que nos separe entre pateras de odio, mascarillas distantes, guantes de lates y desdichas infinitas.