Lo de tener derechos es un gran invento, sobre todo cuando el alcance continúa estando basado en lo que desde siempre decretó el primer principio contable: no hay deudor sin acreedor ni acreedor sin deudor, o no hay quien cobre sin quien pague, o no hay quien reciba sin quien reparta y esto vale igual para el asunto de la pasta como para las fuerzas de orden público. Estaría bien que en uno de esos sueños nuestros, de los de abajo, la contrapartida de los que ejercen su derecho estuviera en el incremento de las obligaciones de su opuesto y se me ocurre: si soy examinador de tráfico y ejerzo mi derecho a la huelga, quien se perjudicara directamente fuera el secretario general de la Dirección General de Tráfico y no la gente que tiene que estar meses esperando a que le examinen, o peor aún, las autoescuelas que ya han tenido que cerrar porque no aguantan el tirón sin clientes. O mejor, si soy trabajador de la ITV y ejerzo mi derecho, se rascara la cartera el ministro de Industria y sus cincuenta colaboradores directos, no el usuario que tiene que hacer cinco horas de cola para cumplir una obligación que él no ha inventado, ni promovido.

Los ejemplos serían infinitos. Cuando los trabajadores del antiguo Egipto iniciaron lo que cuentan que fue la primera huelga, al negarse a continuar construyendo la tumba de Ramses III seguro que no pensaban que íbamos a llegar tan lejos ni incluso con las adaptaciones a lo moderno que Karl Marx en 1848 introdujo en el modelo. Aquello estaba pensado para incriminar directamente a la otra cara de la moneda, que en aquellos casos hasta pudiera ser el empresario o el propio Ramses, pero no contaron con el ingenio de los políticos actuales que en la mágica connivencia que siempre mantienen los poderosos entre ellos, han ido dando la vuelta al asunto hasta conseguir que el actual despropósito sea legal, con modelos diseñados siempre por los mismos contra los que se pretende ejercer la presión. Homologan así un campus de libertades con preciosa foto fija, pero colocando la moneda de cambio delante del mamporrero para que le atice por arriba, por abajo y por los cuatro costados de la indecencia al de siempre: al paganini, al contribuyente, al ciudadano, al que curra, al único que ni se lo comió, ni se lo bebió, ni creó el itinerario por el que los reivindicadores necesitan reivindicar.

Con ese sistema, si alguien piensa que alguna vez las cosas se empezarán a hacer mejor es que no ha entendido que para que algo genere cambio necesita repercusión directa en lo que lo genera y ningún modelo reivindicativo de los autorizados en la sociedad actual funciona así. La presión va siempre sobre los que están magníficamente adiestrados para soportarla, los ciudadanos de a pie, que siempre se mostrarán cívicos y pacientes para que sus compañeros trabajadores de este o aquel servicio puedan ejercer sus derechos.

Esto no sólo sucede en los asuntos de huelgas, paros o manifestaciones, que ya nunca son contra un empresario sino en el 100% de los casos contra la administración con protestas sobre legislaciones o sistemas que ni usted ni yo, ni ningún empresario puede controlar. También sucede a la contra y hacia abajo en sus trazados de inspección tributaria o de la Seguridad Social donde continúan mamporreando sobre lo más débil que es sobre lo que tienen control real.

A nadie se le ocurrirá lanzarse con su oposición recién ganada a cualquier sede de la multinacional vecina con 1.000 trabajadores; pondrán el foco en esa pequeña empresa de 14 curritos que revienta la camiseta a sangre, sudor y lágrimas cada mes para mantener la persiana arriba y ahí, como si fuera una tablilla, harán sus intrusiones y pondrán a prueba sus apuntes sabiendo que, como todos los demás, acabará siendo otro paganini de los de abajo el que sumará pasta para contribuir a mantener este sistema macabro.