El drama de los bebés robados deja miles de afectados repartidos por toda la geografía española. En Cartagena, hay más de una veintena de casos. LA OPINIÓN adelantó ayer que una familia cartagenera está buscando en redes sociales al hijo que le robaron nada más nacer en el hospital del Rosell en 1980. En esta historia las víctimas no solo son los padres a los que les arrebataron su retoño, sino también los bebés robados, que viven con el martirio de no conocer a los de su misma sangre, pese a que la gran mayoría de ellos coinciden en que sus necesidades afectivas fueron cubiertas por el amor de su familia de acogida. La gran mayoría de estas personas que fueron dadas en adopción se dieron cuenta de que podían ser robadas hace unos años, cuando el tema saltó a la televisión a través de varias denuncias de la asociación SOS Bebés Robados. Buena parte de estos bebés que ahora son adultos creen que sus familias de adopción nunca conocieron la atroz intrahistoria que esconde esta trama.

Este periódico ha contactado con dos adultos que, en su día, sospechan que pudieron ser robados: Se trata de Encarna y Antonio, que prefieren no desvelar sus apellidos por privacidad. El hombre afirma que «mis padres pagaron un millón de pesetas de la época para adoptarme». Cuenta que «mi familia de acogida era gente inocente, trabajadora, que estaba convencida de que estaba llevando a cabo un proceso de adopción legal, de un niño que sus padres biológicos habían abandonado». Antonio añade que «mis padres pagaron un millón por mí porque creían que ese dinero era para los gastos del papeleo». Pero ¿quién se benefició de esto? «Los culpables están ya enterrados», sostiene este niño robado. El afectado no cree que la Iglesia esté involucrada directamente en esto, aunque indica que «mi familia preguntó al párroco del pueblo, que supo recomendarles muy bien por quién tenían que preguntar».

Antonio reside en Murcia, de donde es su familia de adopción. Nació en 1975, pero no sabe ni el hospital, ni la provincia de la que es originario. No obstante, en su partida de nacimiento figura la ciudad de Cartagena como lugar de origen y señala que su nombre actual se registró de forma legal años más tarde de ser dado en adopción. «Mis padres estuvieron tramitando mi adopción un par de años, hasta que un día les llamaron para que fueran a verme a una Casa Cuna que las monjas tenían en la calle Prim de Madrid. Yo por entonces tenía un par de meses. Vinieron a ver si yo les gustaba, volvieron un par de veces más, según ellos me han contado, y, finalmente, me llevaron con ellos», comenta Antonio. Este bebé robado dice que él quiere a su padres de adopción, pero afirma que en cuanto se mueran, denunciará lo sucedido para reencontrar a su familia biológica. «Yo soy hijo único, mis necesidades afectivas están cubiertas, pero tengo curiosidad por conocer a mis hermanos y ver si tengo sobrinos», relata.

Otro caso es el de Encarna, que nació en Cartagena en 1972. pese a que su situación da indicios de que pudo ser una niña robado, ella dice que no tiene la certeza de que le ocurriera esto. «Yo siempre he sabido que era adoptada. Mi padre adoptivo murió hace doce años y mi madre adoptiva hace unos meses. Yo creo que él pudo hacer todos los trámites, y que no le contó nunca nada a su mujer. Por eso yo no conozco la verdad, ni si pagaron mis padres por mí», relata. Encarna explica que su madre adoptiva le ha contado varias versiones contradictorias sobre la forma en la que la adoptaron, lo que le hace sospechar. «Yo tengo unos papeles en los que pone que fui encontrada por las monjas en el torno de la Casa Cuna de Cartagena. Hace un tiempo llamé allí para preguntar y la monja que se encargaba de esto me trató de una forma muy agresiva, con evasivas, e incluso amenazándome para que dejara de remover el asunto», desvela Encarna.

«No sabemos quiénes somos»

«La sensación que tenemos todos es que no sabemos quiénes somos, ni de dónde venimos. Es difícil no sentir lazos de sangre con nadie», afirma esta cartagenera que ahora reside en El Palmar (Murcia), donde dice que, de su generación, hay muchas personas que fueron adoptadas. El problema es que estos posibles bebés robados no tienen pruebas que acreditan lo sucedido. «Hay muchas trabas desde que empiezas a buscar. No puedo demostrar lo que pasó. Mis padres tampoco me hablaron sobre ello», concluye Encarna, que al igual que Antonio, busca la verdad de una historia, la de los orígenes de su vida, que ha sido robada.