Si alguna vez ha cruzado en diagonal una calle del centro sin mirar, confiado a su agudísimo oído, y en una de esas ha sentido una presencia en su exterior y al girarse ha descubierto a escasos dos metros un coche que anda pisándole los talones, educadamente paciente, sin haber dado un claxon, ni un acelerón, ni una ráfaga y le sobreviene la sensación de haberse quedado completamente sordo, no se preocupe: ha pasado un vehículo eléctrico, como un ángel, deslizándose tan integrado en el entorno que habría creído que siempre estuvo ahí.

Para volver a la realidad sólo tendrá que levantar la vista hacia la primera valla y resistirse en lo profundo al trasnochado anuncio de ese nuevo modelo de la supermarca que ruge hasta las entrañas cuando pisa el acelerador y que le asegura con firma de contrato esa libertad que viene echando de menos desde siempre, eso sí, alimentándose cada cien kilómetros con 8 ó 9 litros de zumo de dinosaurio destilado en tanquetas de galipote mientras se garantizan súbditos para sostener este sistema macabro en su concepción. Y algo en lo profundo le dirá que eso no cuadra. Empezarán las preguntas.

Antes, 'aventura' era salir al campo con un todoterreno sin saber si la emisora de 27Mhz tendría alcance para cuando nos perdiéramos entre ese árbol y aquella roca grande. Ahora, los tiempos son otros y la aventura está garantizada al salir a la calle con tu eléctrico y tus maravillosos 109 kilómetros de autonomía, preguntar antes por el grupo de Whatsapp de la Asociación de Usuarios de Vehículos Eléctricos (AUVE) si hay alguien cargando en el único punto que existe en tal o cual lugar de la ciudad para que cuando llegues allí con escasos 6 km de autonomía, encontrar el punto disponible.

Todo dará al traste cuando encajado en la única plaza eléctrica del centro comercial haya un petrolero tipo Opel Kadett del 96 chorreando aceite por los dos lados del despropósito y con dos bemoles colgando del muñecote del retrovisor. En Atención al Cliente te dirán que no pueden avisar a la grúa porque aquello es privado. Aquí no vale ir a la electrolinera de la otra esquina por dos razones evidentes: una porque no llegas y otra porque no existe. Toca esperar.

Esto le ocurre casi siempre a alguno de los 29 miembros de la AUVE de Murcia y lo comentaban en la primera quedada el otro día en los puntos de carga ubicados en el centro comercial Pinatar Park. Allí, un puñado de aventureros del siglo XXI disfrutaron durante todo el día mientras sus vehículos eléctricos cargaban energías limpias enchufados bajo un cielo azul, satisfechos de dedicar sus ahorros y su trabajo a pagar por su coche a pilas el doble de lo que el resto de la población paga por su contaminante; sabiendo que tienen poca autonomía, que son maltratados por el sistema, que no hay puntos de carga ni siquiera para que esos pocos puedan circular cómodos por la Región.

Todos se acercarán, preguntarán, dirán que es el futuro, pero que van a esperar a que sean más baratos y suban la autonomía mientras los de AUVE saben que alguien tenía que empezar a evangelizar para sacar a sus conciudadanos de ese estado de condena en la provisionalidad que siempre otorga el egoísmo de que sean otros los que pongan su tiempo, su dinero y su riesgo para evolucionar todos.

Así que cuando vea un eléctrico ríndale homenaje. Su dueño es un loco de atar que cuando pasa junto a una gasolinera, en vez de explosiones en potencia y pulmones atascados, ve un parque eólico o solar lleno de verde, con niños jugando y bicis circulando, con zonas de ocio y docenas de postes por los que circular los eléctricos cargándose cada 10 minutos... Unos soñadores, en definitiva, que no miran para otro lado.