Hay fechas que quedan en la memoria por lo que pudo ser y no fue. Este mismo mes de septiembre, pero en 1888, fue botado en el Arsenal de La Carraca de San Fernando, en Cádiz, el primer submarino fabricado por el cartagenero Isaac Peral. Desplazaba 77 toneladas de agua en superficie y 85 en inmersión.

Pudo significar el despegue militar de España y la permanencia de Cuba y las Filipinas como territorio español. Sin embargo, los mandatarios españoles no quisieron ver lo que tenían delante de sus ojos.

«Supuso una revolución absoluta en cuanto a construcción naval. Además de ser el primer buque en lanzar un torpedo sumergido, fue el primero en ser construido íntegramente en acero en un Arsenal del Estado. Toda la propulsión era eléctrica. Este submarino llevaba todo eléctrico», afirma Diego Quevedo, uno de los mayores expertos sobre Isaac Peral y su historia.

Una prueba de que si se hubiera prestado la atención necesaria a Peral la historia podría haber sido distinta fueron las palabras que pronunció el almirante George Dewey, jefe de la Escuadra estadounidense que puso cerco a Santiago de Cuba y que aniquiló a la Armada española en la bahía de Manila (Filipinas) durante la guerra entre España y los Estados Unidos en 1898. «Si España hubiese tenido un solo submarino de los inventados por Peral, yo no hubiese podido sostener el bloqueo ni 24 horas».

Para Quevedo, la innovación que supuso este submarino fue tan extraordinaria que los propios dirigentes españoles consideraban imposible que fuera algo pionero. «Hoy en día, básicamente, los submarinos actuales son muy parecidos a este primero que creó Peral. El sistema de inmersión es idéntico, por poner un ejemplo. Fue algo bárbaro para la época», cuenta Quevedo.

El submarino ideado por Peral fue ignorado por el Gobierno español pero no para el resto de potencias europeas.Reino Unido y Alemania intentaron atraer al inventor cartagenero con cheques en blanco. Sin embargo, su amor a España le impedía prestar sus conocimientos a otro país. «Fue un patriota de principio a fin. Le ofrecieron, tanto alemanes como británicos, un cheque en blanco y le decían 'pon la cantidad que estimes oportuna'. Él les contestó 'No le puedo vender nada porque mi invento se lo he regalado a mi patria'», relata Quevedo, ahora alférez de navío en reserva.

El desprecio hacia el invento de Peral fue tal que sólo dos años después de ser botado el submarino en La Carraca, este quedaba abandonado.

Tras el ninguneo recibido por la Armada, en 1891 decide regresar a la vida civil y monta una empresa eléctrica en Zaragoza, que tras varias fusiones, se convertiría en lo que es hoy Endesa. Pocos años después, en 1895, fallecería en Berlín aquejado de un cáncer de piel.

Fue enterrado en Madrid hasta 1911, cuando unas obras en el cementerio de la Almudena obligaban a exhumar los restos de Peral. La viuda, al no poder hacer frente a esos gastos de exhumación, decide trasladar los restos mortales del inventor cartagenero hasta Cartagena, gracias a la ayuda desinteresada del empresario también cartagenero Manuel Dorda.

Mientras, su gran invento, el submarino Peral, se iba deteriorando en el Arsenal de San Fernando. No sería hasta 1929, cuando, tras una gran movilización social de la ciudadanía cartagenera, a la que dio apoyo el propio Ayuntamiento de la ciudad, propició que el submarino fuese trasladado hacia Cartagena, donde permanece actualmente en el Museo Naval.

Pese a que el tiempo le ha colocado como un genio, su figura sigue infravalorada. «Ha estado durante mucho tiempo en el ostracismo», lamenta Quevedo.

Un genio que pudo cambiar la historia de España y que, sin embargo, no fue escuchado.