Sócrates decía aquello de «solo sé que no sé nada», aunque nos basta con «veremos por donde revienta la cosa», como se dice en román paladino. El caso es que en septiembre y octubre se arma la marimorena, llega la gota fría y no faltan romanos para pelear con carthagineses, ni catalanes para enfrentarse a catalanes, con la excusa de que les roba Madrid, o cartageneros contra cartageneros con la excusa de Murcia o de la empresa de aguas. Al final vemos atónitos cómo nos derriban hasta las torres de Babel, mientras le echamos todas las culpas al pregonero y así nos va. Siempre digo que, ahora que se puede manipular el código genético, habría que extirpar el gen de los forofos, el que hace que la gente se alinee en bandos creyendo que la razón siempre está de una única parte. Aquí estamos, creyendo que nuestra virgen es la mejor, cuando parece ser que madre, hasta del hijo de Dios, sólo hay una. Que si nuestra religión, nuestra cofradía, que si nuestro pueblo, nuestra bandera, nuestra lengua, nuestro partido, nuestra raza, que si nuestro baile? El amor a lo propio nos honra, pero la fastidiamos cuando tratamos de imponerlo.

No sé si los nacionalismos se curan viajando, como decía Pio Baroja o Unamuno, porque no todo el mundo puede permitirse viajar y hay quienes viajan por obligación de supervivencia y no se despegan nunca de su anhelado origen. Lo que sí creo es que tenía razón Max Aub: «uno es de donde estudió el bachillerado», porque es la educación lo que nos hace crecer y forjarnos como personas y seres racionales. Así que ahí radican todas nuestras virtudes y la esperanza para que el mundo no se nos vaya al traste. Por contra, la mala educación, además de insufrible, es el peor lastre que tiene la humanidad. No me refiero a la cultura, que también es vital, y no me refiero solo al aprendizaje de contenidos en el colegio. La buena educación, en el buen sentido de la palabra buena, es mucho más de lo que se decía en los antiguos manuales de urbanidad, y ha de partir de un respeto no sólo a lo propio, sino a lo ajeno, un respeto a las otras individualidades, a la pluralidad y a las otras maneras de ser y estar en el mundo. Eso sí, siempre con unas normas de convivencia. Cortesía hasta con el enemigo, que sólo debe ser adversario.

Bastaría con no creer que la razón siempre está de una de las partes ni que los otros están equivocados en todo y que somos nosotros los que vamos a salvar al partido, la cofradía, el municipio o el país. «El que esté libre de pecado que tire la primera piedra» y así nos va cuando llegan los salvapatrias de turno, los puros, los intransigentes, los que siempre señalan a los demás. Hay épocas en la historia, con el río revuelto, en que los puros hacen ganancia y pescan muchos incautos, muchos desesperados y muchos adoctrinados? pero en realidad nos conducen al precipicio, como corderitos al matadero: «guías ciegos que guiáis a ciegos» cuando la gente quiere soluciones fáciles y rápidas y ya no sabe qué camino tomar y se echa en manos de los que se envuelven en la bandera más grande o más llamativa y gritan «patria» más fuerte. Más nos valía echarnos manos a la cartera como dijo el otro. Así que se anuncian tormentas y gota fría que se lo puede llevar todo por delante, pero las ramblas están llenas de brozas y material de desecho, que se ha dejado acumular convenientemente. Que los dioses nos pillen confesados porque los trenes vienen, el uno contra el otro, siempre por arriba y las gentes por debajo. Baal, el dios de las tormentas, ha sido convocado, mientras el miedo y la inquietud se apodera de nosotros, algunos se frotan las manos. Si al menos hubiera educación.