Confundir prudencia con valentía es temeridad y la línea que lo separa muy arriesgada. He visto varias veces esos videos que no debíamos haber visto, aunque los mismos que nos recomendaron en las noticias no verlos, llevan una semana largándonos hasta la saciedad morbosos detalles sobre las víctimas y sus familias en todas las cadenas y a todas las horas, como aquella foto que dio la vuelta al mundo del pequeño Aylan, muerto en aquella playa de Turquía que seguramente tampoco deberíamos haber visto, o como aquellas víctimas desesperadas saltando al vacío en el World Trade Center que no hemos podido olvidar.

Reconozco que tengo miedo. Miedo a que uno de esos cuerpos desangrándose en Las Ramblas hubiera sido de alguno de mis hijos, de alguno de mis nietos, miedo cuando el atentado me sorprendió en medio del gentío de Amsterdam y sus calles pobladas de miles de personas en las que yo veía víctimas en todas sus caras y buscaba macetones en mi mente en cada uno de los accesos de entrada a las zonas peatonales de nuestra ciudad. Miedo al cruzarme con las docenas de policías y ametralladoras con las que me he cruzado como si fueran uno de nosotros mientras buscaban a uno de ellos; miedo cuando me asalta la duda de si Mohamed, que habitualmente me cobra en la frutería de mi barrio, es o no un terrorista, o su compañero de piso, o su padre o su hijo. Miedo cuando esquivo en la acera a esa mujer con la cara tapada caminando en modo autómata y precedida unos metros por un hombre con chilaba, barba y chancletas.

Tengo miedo cuando veo al Jefe del Estado decir en catalán aquello de 'no tinc por', acompañado de todos los jefes políticos y militares habidos y por haber y miles de personas repitiéndolo en manifestaciones, redes y otras declaraciones. Tengo miedo porque estoy seguro de que mienten, de que ellos también tienen miedo y no decirlo es la única excusa para seguir viviendo, como la muleta que necesitamos para caminar cuando tenemos que enfrentarnos a algo más grande y más poderoso que nosotros mismos, que no entendemos ni aceptamos y ante lo que nos sentimos perdidos e impotentes.

Es una reacción naturalmente humana y sólo nos queda la rebeldía del 'no tenemos miedo' para poder seguir acostándonos en paz con nosotros mismos. Soy consciente que hace diez años este problema era mucho más pequeño y también sé que este año tenemos más problemas que el año pasado y me asusta calcular la progresión aritmética con la frialdad y la imparcialidad de cualquier hoja de cálculo escupiendo hipótesis que no nos convienen a ninguno de nosotros.

Tengo miedo cuando veo esas declaraciones de radicales que dicen que ellos tienen seis esposas y cinco hijos con cada una de ellas y que serán treinta para la lucha armada mientras nosotros en el mismo tiempo sólo hemos puesto una persona en circulación preparada y educada para la tolerancia, como no puede ser de otra manera, y nos ganan por treinta a uno.

Es verdad que son nacidos aquí, les aplicaremos todas las reglas de la escuela, de nuestra sociedad abierta y solidaria, pero ellos les tienen todo el día y nosotros sólo unas horas con unos libros escritos por nosotros.

Tengo miedo porque con las mejores fuerzas de seguridad les golpeamos, les desmontamos, les acribillamos a balazos si los tenemos a tiro y después nos sentimos ganadores, reconfortados, como mi perro cuando me obedece y le doy su golosina.

Tengo miedo cuando me pregunto quién será capaz de resistirse a no entregar su vida a la lucha armada a cambio de la vida eterna en un eterno paraíso rodeado de mil vírgenes dispuestas a todo también durante toda la eternidad. Y sobre todo tengo miedo cuando pienso que siempre que pasa igual, casi siempre acaba sucediendo lo mismo.