A los de la Barceloneta se les llena la boca con lo de 'recuperemos la playa para todos', pero lo que realmente quieren decir es que nos larguemos todos y se la dejemos para ellos. Los que van montando lío habrán compartido madrugada y alcohol en alguna plaza contigua de botellón homologado y desmadre garantizado con alguno de estos que ahora le acaban de pinchar la bicicleta. Me imagino la mirada encontrada y el 'tu cara me suena' uno con la navaja en la rueda y el otro tirando de manillar a ver quién puede más echándole en cara que anoche le largó gratis doble de ginebra en el vaso de tubo para ahora hacerle pasar por el aro.

Una legión de operarios de limpieza pagados con los impuestos de sus padres habrán tenido que limpiar la media tonelada de mierda que al más puro estilo turista de botellón dejarían también los nativos, como si fueran los otros, sin el más mínimo respeto por nada ni por nadie; es la paradoja de los anticapitalistas con tarifa de cuatro gigas en el iPhone 7. Y no es que me parezca bien o mal, porque esto es sólo describir una realidad que siempre ha existido y que desde el principio de los tiempos estuvo en la nómina de esa parte joven de nosotros mismos que un día nos gustaron las rastas, no dar palo al agua y protestar porque lo mío es mío y lo tuyo negociable.

Esto siempre fue así y debe seguir siéndolo aunque antes nunca faltaba un viejo que te recordará lo de ya te irás haciendo mayor. La diferencia ahora es que alguien ha conseguido que el antisentido común en minoría de edad se siente en la política y nada mejor que aupar radicalismos desde sillones calientes de conveniencia para cargar de interesadas razones las nuevas navajas que acabarán en algún caso convirtiéndose en las viejas pistolas. En todo caso, un voto es un voto y da para lo que da. El problema es cuando son los suficientes para hacer de esto un balamío que nos lleve a la pancarta de 'turistas go home, refugiados bienvenidos'; y digo yo que todos los refugiados del mundo pueden ser bienvenidos, pero qué tendrá que ver acoger refugiados con echar a patadas a turistas, como si uno ocupara algún hotel del otro que hace que esto parezca un juego de doble regate para auténticos y doctos idiotas. El verdadero problema es cuando damos todo a estos críos sin tener conciencia de lo que ha costado conseguirlo, con la de años que han tenido que pasar para llevar a un turista al País Vasco y ahora que empieza todo a ser normal, los de la generación que no ha padecido el miedo, el desarraigo y la mirada despreciable de los que no veían a un vasco como a uno de nosotros, ni a nosotros como a un vasco de ellos, vengan, la líen y escupiéndole al cielo echen a patadas en la espinilla lo que tanto regate costó colar en portería propia.

Es la paradoja de no tener concepto del precio de las cosas. Aquí, desde donde escribo, aparcado en Gante, en Brujas, o en el Camino de Santiago que pasa por el Monte Saint Michel, se matan por atendernos como a auténticos turistas y hay muchos, muchísimos, con largas colas para casi todo, con copas de agua a 2,60?, y no les he visto quejarse, ni a ellos por poner nosotros caro el litro de agua, ni a los cientos de policías que patrullan las calles de cada ciudad para cuidar de los radicalismos de cinturón kamikaze que es donde pueden acabar los que se quedan absortos en un pensamiento detonante.

Voy a hacer la vuelta por Bilbao y por Barcelona simultáneamente, no vayan a creer que ganan uno sólo de estos asaltos. Y si se lo ponen muy difícil al respetable tienen que saber que en el Teatro Romano de Cartagena y en las playas La Manga los esperamos a todos, a buen precio el cubo de quintos y con la alegría del que sabe hasta donde llega un euro de faena y lo que suponen los 60.000 millones que dejarán este año en nuestro país los 80 millones de turistas que vienen a que les tratemos, como mínimo, como a nosotros nos tratan fuera.