Dice Joaquín Sabina, al que el otro día disfrutamos por aquí, que él es capaz de escribir tres sonetos en media hora, pero que escribir una canción es mucho más complicado. A un servidor le ocurre otro tanto cuando se dispone a hacer su columna semanal: mira que soy capaz de escribir y de hablar de lo divino y lo humano, pero no sé qué tienen estas 700 palabras que imponen cada vez más respeto cuando sabes que hay algunos lectores que las están esperando.

La semana pasada, sin ir más lejos, estaba yo perdido del mundanal ruido en un verde, húmedo y frondoso bosque encantado de Cantabria cuando me llamó la jefa de esta casa para recordarme que era lunes y que estaba esperando mi artículo. Llevaba yo ya tres años deseando encontrar ese momento esperado donde no sabes ni en qué día vives. Algo así debe ser el paraíso, sin noción alguna de números que te recuerden la hora, el día, el año, ni la cantidad en rojo en tu cuenta bancaria. Al día siguiente debió ser martes porque recibí algunos mensajes preguntando si mi sección se había tomado vacaciones o me había pasado algo.

Me he tomado una semana disfrutando de la naturaleza, a punto de sucumbir al síndrome de Stendhal, como cuando fui a París o a Florencia. Pero sí, es cierto que a uno se le acelera el corazón más incluso que cuando olvida la pastilla de la tensión. Pero, para ser sinceros, además había otras cosas: Claro que me había pasado algo. Se me ha muerto, de un día para otro, un amigo y alumno de pintura: Joaquín Alcobas, presidente de la Asociación de Vecinos de La Unión.

Jorge Manrique, que todos conocéis, ni los de García Lorca, tan sólo os voy a desear un buen verano. Es cierto que el Mar Menor está en peligro, que gran parte de nuestro patrimonio está en la lista roja y que muchos seres humanos están pidiendo auxilio, pero se puede disfrutar del verano sin darles la espalda. Joaquín Alcobas era así de humano y sencillo, y de personas como él hemos de tomar ejemplo para que nuestra vida no haya sido en vano.