Puestos a elegir, entre una playa paradisíaca rodeada de palmeras, libre de los estragos de la civilización y un valle de fábricas con grandes estructuras metálicas con chimeneas humeantes creo que todos lo tenemos claro. Ahora bien, una vez ya disponemos de un área industrial de primera categoría en nuestro entorno, resulta absurdo frenar la expansión para la que inicialmente fue creada, sobre todo, cuando ha pasado más de medio siglo desde que se puso en marcha y, máxime, cuando ha supuesto la atracción de la mayor inversión industrial en Europa.

Los 3.200 millones de euros que destinó la gran multinacional española Repsol para la ampliación y modernización de su refinería en Escombreras no fueron solo una inyección económica histórica por lo elevado de la cifra, también supuso una tabla a la que aferrarse en pleno estallido de la que para muchos ha sido la peor crisis económica de la historia. El desempleo atizó con virulencia a Cartagena y su comarca, pero de no ser por los miles de puestos de trabajo que generó el proyecto C10 de Repsol, la situación laboral en el municipio hubiera sido mucho más dramática.

Cabe recordar que en esta apuesta de la compañía española por Cartagena tuvo mucho que ver la decisión de la Autoridad Portuaria de protagonizar otra inversión multimillonaria en la dársena de Escombreras, donde acometió una gran ampliación, que se bautizó como el superpuerto, para habilitar muelles y atraques lo suficientemente amplios para que operaren varios petroleros de forma simultánea.

Posteriormente, durante la construcción y tras la culminación de la macrorrefinería, se anunció, en repetidas ocasiones, que una obra de tal envergadura actuaría de efecto llamada y atraería nuevas inversiones. Se vendió como una especie de maná industrial que conllevaría un aluvión de nuevas compañías que se instalarían al calor de la gran planta de la petrolera. Tal fue la expectación que se produjo que, más de un lustro después de la conclusión y puesta en marcha del C10, supone cierta decepción comprobar que sólo los coreanos de SKL apostaron por ubicarse junto al complejo de Repsol, eso sí, con una fábrica de lubricantes de última generación que abastece a casi la mitad de los vehículos de toda Europa.

Nuestros políticos han comentado en varias ocasiones que han surgido otras compañías interesadas en invertir en el valle cartagenero, pero lo cierto es que o era sólo humo o ninguna ha fructificado, quién sabe si por lo prolongado de la crisis o por los avatares de la política española en los últimos años.

Ahora, resulta que existe un proyecto para construir una nueva planta de aceites. Sin embargo, el titular es que la expansión industrial de Escombreras corre peligro. Al parecer, algunos técnicos de la Comunidad se resisten a catalogar como suelo urbanizable industrial los terrenos del valle en una modificación del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU). Quizás alguien debería explicarles con insistencia qué es el valle de Escombreras: uno de los polos energéticos más importantes del continente, de cuya permanencia y desarrollo depende gran parte de la economía de nuestro municipio y un pellizco más que importante del PIB regional. Que su actividad ha propiciado que el de Cartagena sea el primer puerto de España en el movimiento de graneles líquidos y el sexto en el tráfico total de mercancías.

Tal vez hubiera sido mejor contar en Escombreras con un paraíso de la naturaleza por el que caminar entre pajarillos y todo tipo de animales y plantas autóctonas. Pero Escombreras no es eso y no es lógico pretender ahora que lo sea. Además, me consta que la preservación del medio ambiente y las medidas de seguridad son objetivos prioritarios para la gran Repsol y el resto de las industrias de la zona. Y si queremos calas de arena blanca por las que pasear descalzos para sentir cómo se desliza la arena entre los dedos de nuestros pies antes de capuzarnos y chapotear en aguas cálidas y cristalinas, tampoco hay que irse tan lejos. Zapatero a tus zapatos.