Ha faltado el carro de Manolo Escobar para completar la colección de objetos que nos han devuelto las aguas de nuestro puerto a poco que le hemos puesto algo de empeño en eso de querer limpiarlas con la operación llevada a cabo por distintas organizaciones y asociaciones el Día Mundial del Medio Ambiente.

Con las bicicletas, vallas, conos, móviles y un larguísimo etcétera que hemos extraído en unas horas podríamos haber montado un wallapop solidario y de urgencia bien nutrido y habrían sido muchos los que intentaran recuperar sus chismes que por accidente o descuido acabaron en el mismo lugar que las llaves de la canción: en el fondo del mar.

El problema es que 1.500 kilos en una pequeña zona de nuestro puerto no se completan con descuidos. Habríamos necesitado mucho más que toda la explanada para añadir las cinco toneladas que la embarcación Pelican recogió en la dársena en 2016. Y con todo lo anterior instalar el mercadillo solidario que nos pudiera señalar de forma contundente, donde cada trozo de plástico o de madera, cada litro de aceite retirado, tuviera en su adn un localizador, -como nuestro perro- y allí expuesto figurara nuestro nombre con sus apellidos, DNI e incluso domicilio, para caso de que nadie lo quisiera recomprar, nos lo pusieran en casa con el cartel de cada uno recibe lo que da.

Yo creo que el año siguiente habría mucho menos que extraer, que la salida del anonimato es una infalible medicina para la cura de muchas de las enfermedades que invaden sociedades tan avanzadas como la nuestra.

El hecho de que en el mar haya muchos más vertidos en proporción a las personas que circulamos que en tierra, es sencillamente porque nadie nos ha visto tirarlos, menos transitado, menos ojos y sólo tenemos que darle explicaciones a nuestra conciencia y esa en solitario, es nada, se mantiene callada y perfectamente adiestrada.

Desde el humo de nuestro coche, bien visible, hasta el envoltorio del caramelo que se nos cae como un apéndice de nuestro egoísmo solidario, es vertido inapreciable, como el oxígeno que consumimos al respirar que nadie lo notaría si nos morimos en ese momento.

Todo acaba siendo una cuestión de ego, de reconocimiento mutuo social o personal. Si nadie nos reconociera nuestras acciones, si nadie nos juzgara, si nadie nos valorara positiva o negativamente, seríamos otros coronados por las peores pasiones primitivas y como somos por dentro, así acabamos siendo por fuera si estamos en solitario.

Y tampoco nos importa mucho la valoración global que nos atribuyen cuando leemos que hemos vertido diez millones de toneladas de plástico en un año al mar, como publicó The New York Times el año pasado, porque todos pondremos el grito en el cielo por lo guarro e insolidario que es nuestro vecino, que siempre han sido ellos.

Cada español genera 440 kilos de basura al año, si usted pesa 70 kilos, es unas seis veces su peso y las previsiones nos llevan a seis millones de toneladas de residuos al día para 2025, el doble de lo actual.

Gestionar los residuos es ya uno de los más importantes problemas a futuro de nuestra sociedad y la solución no pasa por privatizar los servicios de reciclado o limpieza porque acabaremos con anuncios de usted tire sin problemas que ya lo limpio yo cobrándole de sus impuestos.

El truco era el de mi abuela, eso no se tira, reutilizar casi todo y si no quieres tener que limpiar prueba a no ensuciar, aunque lo que verdaderamente está sucediendo es que como sociedad, -y por tanto como personas sumadas una a una- tenemos por dentro lo mismo que por fuera: mucha mierda.