No habíamos pasado tanto miedo desde la gripe aviar. Lavarse las manos tres veces por minuto y reconocernos vulnerables nos marcó. Decían las malas lenguas que aquello era de laboratorio, como el sida, para vender y matar con protocolo magistralmente cocinado por los poderes económicos y enseguida aparecen las leyendas, que si las farmacéuticas, que si los servicios de inteligencia, haciéndose todas fuertes de boca en boca, como eso de que si no te bebes el zumo de naranja en un minuto pierde las propiedades.

El plan siempre fue sencillo: o matas o vendes y no hay alternativa. Llamarle vender al hecho de que no haya otra forma de salvar la vida que comprar algo que ayer no necesitabas y a un precio desorbitado, es mucho atrevimiento. La banca, las operadoras de datos o las farmacéuticas, con acostumbrados beneficios de miles de millones de euros al año, nos han domesticado y nos acercan al hecho de tener que pagar precios desorbitados por algo que ahora necesitas para seguir viviendo. En todo caso poca diferencia con el siglo XVIII cuando el galeón abordaba y no había truco ni trato, era muerte o botín, solo que entonces decían que aun no estábamos civilizados porque había más peste.

La raíz, como en las palabras, no cambia: ambición, rápido enriquecimiento, abuso, pero sobre todo situar mentes privilegiadas al servicio del mal ajeno y el bien propio, 'barcenitis' o 'erelandia' se llamaría ahora. Si el capitán Barbanegra se reencarnara no se le ocurriría surcar el Caribe a la espera de un galeón español cargado de oro, hoy sería el comandante del proyecto WannaCry, con tentáculos de pulpo gigante extendidos por todo el planeta, con la mejor tripulación lanzando cebo por todas las redes en busca del mejor botín.

Las mercancías de valor ya no viajan en bodegas, ahora van por cable, fibra y ondas, todo circulando en la verdadera y única red que hemos sido capaces de tejer y autenticar en lo imprescindible en muy pocos años. Pensar que esto sería gratis y que todo serían ventajas es no conocer la naturaleza humana. Miles de ataques, de extorsiones y de ordenadores infectados. Hace algunos años que asisto a ponencias sobre ciberseguridad, las buenas suelen ser cerradas y caras, estuve hace poco en una interesantísima impartida por Marta Martínez presidenta de IBM, durante el último Congreso Nacional de Directivos en Madrid y reconozco que me dejó preocupado. Vértigo es hacer looping en el Dragon Khan, pánico es lo que sientes cuando te cuentan lo que hay y sin más ayuda concluyes lo que inevitablemente vendrá.

Las multinacionales y los gobiernos dedican muchos recursos a protegerse, los bancos dan por robadas cada año ingentes cantidades de dinero, pero nadie lo cuenta. La diferencia esta vez es que la estafa no es sólo a multinacionales, ahora son mis clientes y los suyos los que reciben un correo y les piden un puñado de bitcoin si quieren salvar sus fotos, o su contabilidad.

Estamos bajo un sistema tremendamente vulnerable, tanto como cada uno de nosotros cuando circulamos por carretera y otorgamos un principio de confianza vital y extrema a alguien que no conocemos pero que circula de frente por el carril contrario y quedamos convencidos que no va a hacer girar su volante contra nosotros para matarnos, ni va a sacar una pistola para arrancarnos la cartera.

Es imposible protegernos de todos los conductores que circulan de frente, como es imposible protegernos de todos los que circulan por la red y deciden poner un impuesto revolucionario a nuestros datos.

Hay sólo una opción: la evolución de la especie y Darwin pilotando el mejor ciberataque.