La historia de la Cruz Roja de Cartagena durante el pasado siglo XX tuvo momentos heroicos por la actuación de sus componentes, pero desgraciadamente también hubo lugar para episodios trágicos como el que hoy recordamos en esta historia. El 27 de Abril de 1947 los miembros de la Asamblea local cartagenera, jefes, oficiales y la banda de música acudieron a la ciudad vecina de La Unión para disfrutar de un día festivo.

El motivo no era otro que la entrega de un coche ambulancia a la Asamblea de aquella ciudad y que serviría para el resto de poblaciones de la sierra minera. Dicho coche fue donado por el inspector general de Parques y Ambulancias Teodoro Camineros, quien desde la Asamblea Suprema de Madrid realizó un gran esfuerzo para conseguir un vehículo que sería muy útil para el transporte de enfermos y heridos. Pero el objetivo no se habría conseguido sin el apoyo y las gestiones llevadas a cabo por el inspector provincial Salvador Aznar Vidal.

Fueron varios los actos celebrados en la ciudad minera, entre ellos una misa solemne en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, la bendición del nuevo coche, el desfile de fuerzas y una comida íntima a la que asistieron las principales autoridades locales y provinciales. Al finalizar los actos los miembros de la banda de música de la delegación cartagenera pidieron permiso para regresar a nuestra ciudad, pues tenían compromisos para actuar en varios espectáculos.

Concedido el permiso iniciaron su viaje de regreso pero desgraciadamente a la altura de La Esperanza el camión en el que iban volcó y varios de sus ocupantes salieron lanzados a la cuneta con gran virulencia.

El resultado inicial fue de seis fallecidos, Daniel Tomás Tomás, José Nicolich Lorente, Juan Bastida Martínez, José Pérez Angosto, José Catalá Oller y Vicente Baeza Lledó, y a ellos se unió posteriormente debido a sus graves heridas el subdirector de la banda Francisco Preciados Herrera. Más de una quincena de heridos fueron atendidos en la Casa de Socorro, el Hospital de Marina y el Hospital de Caridad, centros sanitarios que se vieron enseguida rodeados de cientos de ciudadanos interesados en conocer el estado de las víctimas de tan terrible suceso.

Ni que decir tiene que el entierro constituyó una imponente manifestación de duelo a la que se sumaron los comercios, que cerraron sus puertas, y los cines, que suspendieron igualmente sus funciones. Desde el anfiteatro de autopsias del Hospital Militar de Marina salió el cortejo fúnebre al que se sumaron todas las parroquias de la ciudad.

Uno de los momentos más emotivos de la jornada lo constituyó el rezo de un responso en la puerta de la iglesia de la Caridad. Dos de los infortunados fueron enterrados en el panteón de la Cruz Roja en el cementerio de los Remedios, varios de ellos en sepulturas particulares y el de Vicente Baeza en Muchamiel que era su pueblo natal.

Entre los gestos de caridad hacia las familias de las víctimas y damnificados tras la tragedia destacó una suscripción popular y gestos como el del banderillero cartagenero Antonio Fernández Viñas que hizo una cuestación en la plaza de toros de Lorca a favor de los afectados.

Por su parte la Junta Local de Cartagena levantó un monolito en el kilómetro donde ocurrió el accidente que hace setenta años sesgó la vida de siete valientes, cuya memoria hemos querido honrar con este artículo a modo de homenaje y recuerdo.