Quede que parafrasear a Tejero sea hasta de mal gusto, pero confieso que la expresión que se me viene a la cabeza por lo acontecido esta semana en nuestra ciudad se parece bastante a la que pronunció el ex teniente coronel de la Guardia Civil durante el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Eso sí, mi única arma son unas letras escritas en este rincón y ni por asomo se me ocurre irrumpir en el Congreso de los Diputados a disparo limpio con un tricornio sobre la cabeza ni aspiro a cambiar los destinos de este país. Tampoco asaltaré nuestro Ayuntamiento más que para admirar su belleza, en el caso de que acceda al Palacio Consistorial, o para cumplir con alguna gestión burocrática que me lleve hasta el remodelado y bien organizado edificio de San Miguel. Dios me libre de tratar de influir para nada en quien debe guiar el sino de los cartageneros. Nada más lejos de mi intención. Además, los ciudadanos ya nos manifestamos sobre este particular hace dos años en las urnas y le dejamos ese papelón a los partidos políticos. Entonces, se decidieron en el último momento, tan deprisa y corriendo que tuvieron que firmar un escrito redactado a mano, con algún que otro tachón, que establecía que Movimiento Ciudadano y PSOE se repartirían el mandato en dos bienios para cada uno.

Quizá sea eso, lo de no dejar para última hora cosas tan importantes como quien sujeta el bastón de mando de la ciudad, lo que ha llevado al partido del alcalde, José López, a dar el primer paso para ceder el sillón de la alcaldía a la socialista Ana Belén Castejón. Lo llamativo es que lo ha hecho mediante el envío de un burofax dirigido a sus socios en el Gobierno local, con la excusa de que asuntos tan serios deben plasmarse por escrito, para evitar confusiones. No puedo estar más de acuerdo. «Lo escrito, escrito está», como dejó claro hace más de 2000 años Pilatos, cuando los sacerdotes judíos le recriminaron que colgara un letrero sobre la cruz que rezaba «Jesús de Nazaret, Rey de los judíos». Las palabras se las lleva el viento y registrar los acuerdos y compromisos negro sobre blanco con las correspondientes firmas de las partes implicadas es más que conveniente para evitar sorpresas.

Ahora bien, la alternancia en el Gobierno es algo pactado desde hace tiempo y hay muchas formas de llevarla a cabo. Se podría hacer de una forma tranquila, sosegada, sin polémicas y con el diálogo y la discreción por bandera, pero eso es mucho pedir a una clase política cada vez más acostumbrada al espectáculo mediático, al cruce de acusaciones, al ´y tú más´ y a idear estrategias brillantes y frases ocurrentes que les den protagonismo y portadas en los medios de comunicación, que entramos al juego con menos pudor del que las situaciones requieren en ocasiones. Conforme pasan los años, va en aumento mi sensación de que a nuestros dirigentes y representantes políticos, estén en el gobierno o en la oposición, les preocupa más su propio beneficio y el de su partido que el bienestar de los ciudadanos que los eligieron y a los que se comprometieron a servir. Y no estoy hablando de llenarse los bolsillos ilícitamente, porque, a pesar de los pesares, creo que aún son mayoría los que no se dejan engatusar por comisiones y millones y prefieren conservar las manos limpias y la conciencia tranquila. Lo que creo es que la toma de decisiones y las salidas a escena de los líderes y portavoces de las formaciones políticas miden más la repercusión mediática y su efecto en la opinión pública y, por tanto, su influencia en las encuestas sobre intención de voto y en las elecciones que estén más próximas que en los beneficios o perjuicios que puedan tener para la ciudadanía.

Este comportamiento nos suele llevar a marcar a la clase política como la culpable de todos nuestros males y a descargar sobre ella toda nuestra rabia e indignación. Incluso olvidamos que son personas como nosotros, con familias, con padres e hijos, con sentimientos...

Hasta nos permitimos el lujo de sentenciar que todos son unos canallas, que no se salva ni uno y que todos deberían dimitir. Lo que no reconocemos es que nosotros somos cómplices de este circo político que, si bien nos arranca alguna que otra sonrisa, es más trágico que cómico. Los medios de comunicación gastan ríos de tinta en las estériles disputas políticas que nos entretienen, pero que no tienen nada divertido. Las tertulias especulan y crucifican a unos u otros en función del canal o la emisora en que se emitan. Y los ciudadanos entramos al saco en las charlas de desayuno o de café como si no hubiera cosas más importantes de las que hablar.

Con este panorama, no me sorprende que nuestro alcalde y nuestra vicealcaldesa, en lugar de sentarse tranquilamente en una sala del Palacio Consistorial o del edificio de San Miguel, lejos de los micrófonos y las cámaras, para negociar el relevo que ya acordaron hace dos años de manera sosegada y tranquila, hayan preferido comunicarse a través de un burofax y de los medios de comunicación con advertencias y avisos que más parecen veladas amenazas que invitaciones a un entendimiento. Será que la cuarta planta de la sede administrativa de San Miguel donde se ubican los despachos de alcaldía quedan muy arriba y muy lejanos del primer piso, donde tiene el suyo la vicealcaldesa.

El consuelo es que las dudas y las intrigas acabarán en poco más de un mes, o eso esperamos. Pero no se preocupen, porque surgirán otras nuevas. El espectáculo debe continuar. ¿Para qué se van a sentar? No vaya a ser que hasta sean capaces de entenderse a la primera y se acabe la función. Fin.