Desde que el mundo es mundo está atestiguada la rivalidad entre los pueblos y ciudades vecinas, entre casas y dinastías o entre distintas cofradías y así hasta hoy, donde los mayores enfrentamientos cristalizan entre los forofos de dos equipos de fútbol. ¿Hay razones objetivas para ello? Si se pregunta a cualquiera de las partes implicadas la respuesta será afirmativa y se aducirá todo un catálogo de agravios históricos y de injusticias en el reparto del poder y los beneficios y ventajas que ello le ha acarreado a la otra parte para obtener una posición que, según la contraria, les correspondería a ellos.

Podríamos empezar por el odio histórico entre dos pueblos hermanos que se declaran descendientes de Abraham: los judíos y los árabes, y seguir con otros muchos casos de la antigüedad. Se han escrito libros sobre la rivalidad entre las ciudades de la antigua Grecia, que eran Ciudades-Estado, y pese a la conciencia común de ser griegos, la tensión 'nacionalista' era muy dura. Entre universidades también se ha dado esta rivalidad, baste señalar una que ya dura la friolera de 800 años: En 1208 unos académicos se fueron de Oxford, por discrepancias, y fundaron la de Cambridge.

Lo de Cartagena y Murcia también viene desde lejos, fundamentalmente desde 1291, cuando se acepta la petición del obispo Diego Martínez Magaz para trasladar la sede de la Diócesis de Cartagena a Murcia, más alejada de los ataques e incursiones de la piratería berberisca en las costas. Después, desde el siglo XV se ha intentado desde la ciudad portuaria reclamar infructuosamente la vuelta del obispo a su natural emplazamiento, y hasta hoy.

En las rivalidades entre vecinos siempre hay un detonante, más o menos claro, pero luego, el tiempo va acumulando interminables listas de agravios que, en muchos casos, generan verdaderas actitudes forofas que no atienden a razones, matices, cambios, ni diálogos, apoyándose fundamentalmente en lo simbólico, las banderas y el sentimiento. En el caso del fútbol, como sabemos, esto puede degenerar en la violencia irracional y el descargo de mucha rabia acumulada.

En el mundo persisten innumerables rivalidades entre pueblos, islas y países vecinos. En España, además de los catalanes o los vascos con el resto del Estado, son famosas las rivalidades entre Oviedo y Gijón, Pontevedra y Vigo, Ponferrada y León, Mérida y Badajoz, Úbeda y Linares? Y así hasta más de 50 ciudades importantes. Esto se multiplica en el caso de las ciudades pequeñas y los pueblos.

El problema es, desde la buena fe, intentar poner paz, reflexión y soluciones inteligentes y factibles en estas disputas. Si el que lo dice es de fuera, se le tacha de ignorante o se le abruma con datos históricos y actuales que corroboran los agravios y odios, pero si el bien intencionado es de uno de los lugares implicados, se le llama traidor, manipulador, defensor de intereses personales, buscador de prebendas o, como dicen en Cartagena 'estómago agradecido' con el enemigo.

En los pueblos de la comarca, incluso del municipio de Cartagena, son conocidas las históricas desavenencias, baste el conocido ejemplo de Pozo Estrecho y La Palma, que siempre han generado toda una serie de dichos, dicterios, burlas y recelos.

Pero, ¿qué cosas hay que resolver para el encaje de Cartagena en esta Región? ¿Y en el de las pedanías y las diputaciones con respecto a las ciudades? Para empezar hay que luchar por un mejor reparto de las inversiones, por construir las comarcas y porque todos los ciudadanos de esta Comunidad Autónoma tengan, por igual, cada día más derechos, servicios, bienestar y calidad de vida. Pero esto no es todo. Continuará...