Más contentos que unas pascuas: De resurrección y con la primavera, tras las pasadas lluvias, hermosa como nunca en el Campo de Cartagena. Me estoy comiendo una mona mientras veo girar el molino de viento de El Pasico y, ahora que la miro, es amarilla y tremenda, como la GBU-43/B Massive Ordnance Air Blast Bomb (MOAB), que es como una mona de pascua de 11 toneladas.

Es hermoso ver girar este bello molino recién encalado, ver como sus piedras muelen el trigo y lo convierten en liviana harina que se lleva el viento de un soplido, que es lo mismo que hace la madre de todas las bombas, pero a lo bestia: la lanzan los americanos y todo se esfuma, hecho carbonato. No es tan hermoso, lo sé, pero para que luego no digan que Trump no se preocupa del medio ambiente: la macrobomba no contamina nada, arrasa una ciudad entera, como las atómicas, pero sin las molestas radiaciones. Al final va a resultar que nuestra civilización avanza pensando en verde, y ahí están los rusos, que han salido a la palestra para recordarnos que ellos tienen el padre de todas las bombas, y que no le va a la zaga a la madre.

Mientras tanto, como si la cosa no fuese con los de aquí, pues nosotros a nuestras procesiones ayer, a nuestra merienda hoy y a seguir con la fiesta, mientras dure, que ahí están las de Murcia con el padre de todos los megabotellones y claro, al final la cosa va a reventar, ya verás, pero mientras nos pille de tapas, pues nos vamos a reir por la pata abajo.

Lo peor es que uno ya se hace un lío, y a veces piensa que en el mundo cada vez hay más crucificados, más pueblos en un éxodo interminable y más niños que mueren reventados y no de tanto comer, como los nuestros. A nosotros nos gusta la belleza, el orden, la diversión, las ciudades limpias, las salidas a disfrutar del monte y el mar. Tenemos derecho a ello después de una semana o de meses de trabajo. Esta forma de vivir es, en el buen sentido de la palabra, buena. Todos los dioses se alegran de ello («y vio Dios que era bueno»), pero otros se empeñan en no dejarnos vivir tranquilos, en jodernos los mares y los montes unos y en invadirnos otros, y ya no sabemos cómo construirnos las murallas, porque no hay alambradas ni fronteras que los detengan.

La cosa se pone chunga porque no les basta con matarse entre ellos, que para eso les vendemos todas las armas que les hagan falta, sino que nos traen aquí sus guerras y sus atentados. Con lo bien que podríamos vivir con nuestra particular carrera tecnológica. Pero cada vez somos menos, y estamos más rodeados. Mira que mueren en el Mediterráneo intentando llegar, y mira que mueren con las guerras y con el hambre, pero nada, oye, que al final van a terminar invadiéndonos y exigiendo todos los derechos que tenemos nosotros aquí. Sí, ya sé que todos los hombres somos iguales, y hermanos y eso€ pero vamos, que eso está bien para las declaraciones universales y para que lo diga Jesucristo, pero todos sabemos que eso es imposible, por no hablar de que muchos países y muchas religiones no se lo merecen. Una cosa es la gente decente y civilizada y otra la chusma. Así que tendremos que defender nuestra civilización recurriendo a lo que sea necesario, ¿no? Y si el mundo salta por los aires, pues qué le vamos a hacer, al fin y al cabo ya sabemos que la NASA ha encontrado otros planetas habitables.

Pues eso, que todos dándonos golpes de pecho y penitencia en estos días de Semana Santa y, mientras, lo que está pasando en países como Siria nos demuestra que algo estamos haciendo mal, sobre todo los que nos decimos seguidores de la tradición cristiana de hacer bien al prójimo y al necesitado. Y lo peor es que el problema, como las bombas, cada día es más grande y nos va a reventar a todos.