La historia de hoy va de trapos, de lo que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española califica en su primera acepción como un pedazo de tela desechado. Y es que, si nos remontamos en el tiempo a 1807, gracias a un anuncio publicado en el Diario de Cartagena, sabemos de la existencia de unos almacenes de trapos en el número cuatro de la calle Jabonerías.

En un episodio histórico tan importante para nuestra ciudad, como fue la Guerra Cantonal, algo tan insignificante como pudieran parecer los trapos, tuvo su pequeño protagonismo. Digo esto porque en las instrucciones dadas por la Junta de Salvación pública al mes de iniciarse la contienda, ésta solicitaba voluntarios para cuidar de los enfermos y rogaba se remitieran al Hospital Militar «las hilas, trapos y vendajes de que pudieran desprenderse». Sirva para darse una idea de la cantidad de trapo existente en las instalaciones militares el anuncio publicado en El Eco de Cartagena en agosto de 1874. En el mismo, el Contador de Acopios del Arsenal anunciaba la subasta pública de catorce toneladas de trapos divididas en catorce lotes de cien kilos cada uno al precio de cuarenta céntimos de peseta el kilogramo. Este tipo de enajenaciones se hará de forma periódica pues cinco años después eran casi trece mil las toneladas de trapos viejos acumuladas en el Arsenal.

Pero los trapos tenían su parte peligrosa, pues se podían convertir en un auténtico foco de infecciones, y así lo demuestra la existencia de una memoria presentada en la Real Academia de Medicina de Madrid en esta misma época, que versaba sobre la influencia de los trapos viejos no desinfectados en la propagación de las enfermedades contagiosas. Por este motivo una Real Orden publicada en 1886 sobre circulación de trapos viejos obligaba a desinfectar estos con gases sulfurosos, bajo amenaza de multas de 25 a 100 pesetas para quien no lo hiciera.

Cambiando de siglo y volviendo a nuestra ciudad, en 1918 se dieron órdenes a la Guardia Municipal para que ejerciera una escrupulosa vigilancia evitando que entraran trapos viejos procedentes de Burgos y Logroño donde se habían dado casos de tifus exantemático. Por otra parte, las ordenanzas del Ayuntamiento en 1923 especificaban que sólo se permitía el tráfico de trapos enfardados y cubiertos por una gruesa tela embreada que los aislara totalmente del exterior. También afirmaba que, cuando por razones sanitarias se estimara necesario, se podrían clausurar todos los depósitos de trapos y prohibirse su circulación. Los locales destinados a depósito debían estar aislados, disponer de un muro de cerramiento y todos los materiales de que se hallaren revestidos interiormente debían ser impermeables para poder ser lavados y desinfectados eficazmente. Durante varias décadas y hasta los años sesenta del siglo pasado fueron varios los almacenes de trapos que funcionaron tanto en la ciudad como en los barrios.

Y para finalizar unos versos de una comparsa de Carnaval que, bajo el nombre de 'Los Traperos', en las primeras décadas del siglo XX cantaba lo siguiente: «Tenemos almacenistas que son comerciantes en trapos que gastan hasta levita, y en sus casas grandes gastos mientras nosotros traperos trabajando todo el día no recogemos dinero para una mala comida, a saludarle venimos a nuestro señor Alcalde con respeto los traperos que nos morimos de hambre, cuando vamos a pesar los trapos que recogemos se quedan con la mitad las ganancias que tenemos».