De las pocas discriminaciones que han recaído sobre el hombre, y de la que se libraron las mujeres, estaba aquella del servicio militar obligatorio y, después, la prestación social sustitutoria para los objetores de conciencia. No tenía yo los 30 años cuando reorganicé, con la ayuda de unos cuantos muchachos de aquellos, el archivo de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Cartagena y Comarca y, además, el de la Asociación de Pozo Estrecho. En esos tiempos la prensa digital no existía, y una tarea fundamental y titánica era la de organizar el archivo de prensa, divido por temas y fechas. Para ello había que recortar y añadir la fecha y el medio. Como «lo escrito, escrito está», aquel entretenido trabajo de compilación nos era muy útil para el seguimiento de nuestras reivindicaciones vecinales, pues nos daba datos para exigir a nuestros políticos sus compromisos públicos y nos daba fuerza para seguir presionando en nuestros empeños de mejoras. Lo cierto es que la prensa muchas veces nos ha echado una mano a los que no teníamos otro poder que el que da la necesidad, la tenacidad y, casi siempre, la razón, que no es sino una manera de compensar el poder de esos otros que cortan el bacalao, o de quienes toman las decisiones políticas de qué inversiones, infraestructuras o arreglos hay que acometer en la ciudad, en los barrios y en los pueblos.

La hemeroteca ha ido creciendo con una mezcla de realidad y deseo, conjugando su carácter enciclopédico con el inevitable dejà vu del eterno retorno de los mismos temas de siempre. Cada vez es más imposible dar con noticias novedosas. Ya estamos de vuelta de todo, algunos temas se repiten una y otra vez, se enquistan y nunca se resuelven y, como yo suelo decir: «Así nos va». Nos gustaría vivir en el ombligo del mundo, pero no terminamos de salir del pozo y todo sigue pendiente. De vez en cuando abro mis particulares carpetas de recortes periodísticos y me aburre constatar que todo estaba ya escrito, todo fue noticia y seguimos con las mismas. Que un perro muerda a una persona es la letanía de siempre, y ya solo queda que alguna vez un hombre muerda a un perro.

El coleccionista de titulares termina siendo un ser hastiado de leer mil veces lo mismo, año tras año, mientras ve que todo sigue igual. ¿Cuántas veces se ha anunciado el inminente arreglo del Monasterio de San Ginés de la Jara? ¿Cuántas veces se ha proclamado la protección de los molinos de viento del Campo de Cartagena? ¿Cuántas veces se ha anunciado la eliminación de un paso a nivel? ¿Cuántas veces se ha reclamado el arreglo de la antigua catedral de Cartagena? ¿Cuántas veces se han anunciado actuaciones en el patrimonio comarcal, en las baterías de costa, en el paisaje, en el Mar Menor, en la cultura, en el arte o para los autónomos? Mucha gente me felicita estos días porque se anuncia un plan de molinos o un plan para las industrias culturales, o la restauración de nuestro convento medieval, pero yo me he hecho escéptico, con el tiempo, y suelo rebajarles el entusiasmo, aunque no la esperanza. Es cierto que leer titulares positivos da buen rollo. Todos queremos que nos digan de una vez que las cosas por fin se van a solucionar y de manera íntegra, idónea e inmediata, pero la realidad es muy tozuda y a veces se vende humo, que es cuando se anuncian cosas para las que no hay (o no se pone) suficiente dinero.

Quienes gobiernan no pueden hacerlo a base de buenas intenciones, ni de titulares propagandísticos, como si todo lo bueno fuese a llegar. Tampoco podemos culpar al enemigo exterior para salvarnos nosotros. El tiempo pasa y muchas cosas siguen igual, o van a peor. El día menos pensado la esperanza se ha perdido para siempre, el miedo vuelve, la gente no vota o, lo que es peor, tira el carro por entre las piedras, y no queda títere con cabeza y se arma la de Dios es Cristo.