De entre las mujeres que admiro, grandes profesionales, trabajadoras, directivas, artistas o emprendedoras, está Olga Catasús, maestra, directora de colegio y experta en nuevas tecnologías y pedagogías en el Aula. A ella no se le ocurrió encontrar día más apropiado para traer al mundo a mi hijo que el 8 de marzo, muy en su línea de dotar de nuevos contenidos a las fechas de fuerte carga simbólica.

El caso es que este día tan señalado me recuerda que ella nunca ha querido ser el sexo débil y por eso le dijo a las enfermeras que «nada de epidural, esta vez quiero sentir todo el dolor de una mujer», y vaya que lo sintió, cuando se vino a arrepentir ya era tarde. No quiero subrayar el papel de madre como el más importante al que está destinada una mujer, aunque me siga pareciendo el privilegio más grande y hermoso que la naturaleza le ha otorgado a quien más se lo merece.

Yo soy de la opinión de que no es cierto que los hombres seamos el sexo fuerte. Aunque tampoco creo que estemos inhabilitados para ejercer la paternidad con más responsabilidad de la acostumbrada. Criar y educar a la prole está demostrado que es una tarea que podemos compartir con las mujeres, igual que la de buscar el sustento, cocinar o hacer las tareas del hogar. No nos excusemos. Yo me he criado con tres hermanas y con un padre que gritaba más fuerte, pero con una madre que ha gobernado el timón familiar como una jabata, con una sabiduría, una capacidad de trabajo y una fortaleza de matrona mediterránea, que nada tiene que ver con esa imagen dócil y esa dulzura ñoña que a ella le transmitió la publicidad de su época.

Mi madre, María Ortega, como mi suegra Telesfora Poveda, que ya descansa en paz, son de una generación de murcianas y granadinas que tuvieron que dejar a sus familias, siendo niñas aún, para ir a trabajar como adultas, sirviendo, amasando pan en una panadería o cocinando en un restaurante. Toda su vida ha sido no parar de trabajar y luego, al llegar a casa, seguir trabajando, multiplicando el tiempo milagrosamente, siendo siempre criadas de todos. Aún hoy día, aunque a mí me da mucha rabia, sigue levantándose para que a los hijos, los nietos o a los invitados no les falte nada. No lo pueden remediar, educadas para complacer a todos y negarse a sí mismas. Hoy estamos en otra mentalidad, las chicas ya no quieren ser princesas de adorno.

Pero aún hay mucho camino por recorrer en la igualdad, en la corresponsabilidad y en el trato equitativo y justo, en el trabajo, en la familia y en la sociedad. Además, tenemos un gran problema cuando hay chicos jóvenes que pretenden controlar a las novias. Y peor aún si, además de este control o maltrato sicológico, se llega al maltrato físico, que es el que emplean los energúmenos derrotados y fracasados como personas.

Detesto, especialmente, esa repugnante moda de muchos de decir que con tanta libertad y con estas leyes pro mujeres, la mayoría de los casos de maltrato que se denuncian, son falsos, que si ya nos estamos pasando y que las mujeres utilizan esto para tener situaciones ventajosas en los divorcios. No digo yo que no haya casos, pero se ha estudiado concienzudamente y demostrado que suele pasar al contrario: que no se denuncia sino una pequeña parte de las situaciones de acoso, maltrato y violencia sobre la mujer.

No se lo merecen, pues son nuestras madres, hermanas, novias y madres de nuestros hijos, pero es que, además, ello nos deja a los hombres en un lugar mucho más atrasado de la evolución humana. Sigue siendo urgente aumentar los esfuerzos en educación igualitaria, en prevención, en seguimiento y en apoyo efectivo a la mujer. Mientras sigan muriendo, nuestra sociedad estará muy enferma. Ni un caso más. ¿Hay algo más hermoso que verlas volar libres?