Se ha dicho que las abejas son un animal de origen divino, que salieron voluntariamente del Edén para acompañar al hombre expulsado y así endulzar su destino. Pero el caminar del hombre puede terminar si, como nos anuncian, la desaparición de las abejas será una catástrofe para la polinización, el equilibrio del ecosistema y la alimentación.

Desde hace unos años se oyen cada vez más voces que nos anuncian una catástrofe si no nos tomamos el medioambiente en serio. La desaparición de las abejas se suma a la deriva de nuestro planeta que vemos arder mientras tocamos la lira o nos entretenemos con el teléfono móvil. Estos días se ha producido una muerte masiva de abejas en Mazarrón. Parece ser que ha sido por la utilización discriminada de productos fitosanitarios que pese al nombrecico tan bien sonado, no son sino venenos para matar todo bicho viviente y darnos a comer hermosas pero inmundas manzanas mientras la bruja hace caja.

La miel siempre ha sido un alimento básico para la humanidad, a la par que la leche, los cereales, el aceite o el vino. Desde la prehistoria se ha aprovechado esta dulce y nutritiva producción de las abejas, así como su beneficiosa labor para la polinización de verduras y frutales.

La mitología nos cuenta como el propio Zeus fue criado en la cueva de Creta por Melissa a base de miel. La Biblia, por su parte, nos presenta la Tierra Prometida para el pueblo judío como una tierra que manaba leche y miel, como símbolos de la abundancia. Durante siglos, la miel se usó, además, como conservante para productos y carnes, incluso para embalsamar a los difuntos más preciados: niños o personajes muy importantes, como el mismísimo Alejandro Magno. Hay textos de magia en papiros griegos que dicen: «Toma leche con miel, bébela antes de que salga el sol y así tendrás algo divino en tu corazón».

Por otro lado, a las abejas se les ha estudiado en todo detalle, en cuanto a su beneficiosa labor como a su perfecta y jerarquizada organización social, que las divide en abejas obreras, zánganos y la reina, con cometidos específicos en el trabajo de la colonia, viéndose todo ello como una súper estructura basada en la laboriosidad y el bien común.

Pero, ¿qué está pasando con las abejas? Hay un descenso alarmante, casi un exterminio en todo el planeta y la situación es tal que no sólo preocupa a los apicultores sino a los propios agricultores, a las organizaciones ecologistas y a los gobiernos. Según Greenpeace, estamos ante una dramática situación producida por el cambio climático y la agricultura industrializada basada en los monocultivos extensivos y el abuso de plaguicidas que las matan directamente o a través de cambios en su sistema nervioso que les hace desorientarse y no volver a la colmena. Las abejas poseen el más antiguo de los sistemas GPS que se conocen, gracias al cual son capaces de localizar su colmena o las zonas donde están las flores. Se ha estudiado, entre otras cosas, el lenguaje comunicativo de estos inteligentes insectos a través de un preciso baile. Según descubrió y descifró Karl Von Frisch a principio del siglo XX, las abejas emplean los movimientos de su cuerpo y su vientre para transmitir a las demás dónde han descubierto las flores y el alimento. Ello le valió a este etólogo austriaco la obtención del Premio Nobel en 1973.

Necesitamos a las abejas porque la miel sigue siendo un alimento necesario para millones de personas. Se ha descubierto que es un gran antioxidante, confirmando aquello de ser elixir de eterna juventud. El Campo de Cartagena es especialmente rica en miel de azahar. Aquí vienen apicultores de otras zonas y los productores locales la envasan a granel, la venden casa por casa, junto al arrope. No podemos mirar impasibles el último baile de las abejas, que va a ser la danza del cisne, antesala de que todo se vaya a tomar viento.