Hoy, 14 de febrero, es uno de esos días que no pasan desapercibidos. Para unos con fastidio, y para otros con ilusión. No falta la cursilería y un exceso de edulcorante, flores, ripios, musiquitas lánguidas, corazones rojos y chocolate. El amor es una cosa hermosa, sin duda, y la felicidad es siempre un deseo no cumplido, al menos no completamente.

El caso es que hoy es uno de esos días en que podemos salir huyendo, hastiados de tanta utilización comercial y empalagosa de los sentimientos, o quedarnos, utilizando estas convenciones como excusa para decir esas cosas bonitas que a veces callamos, o para sacar un poco de más tiempo del acostumbrado, compartiendo sensuales ratos de intimidad y goce de los sentidos con quienes queremos. Como la mayoría de las fiestas que hoy conocemos, la de San Valentín no es sino una adaptación y cristianización de tradiciones paganas, con el aglutinante del lado comercial que¡se debe mucho a una antigua campaña de Galerías Preciados.

Lo cierto es que los romanos parece ser que disfrutaban de lo lindo en sus fiestas de la fertilidad, llamadas Lupercalias, y se descontrolaban un poco con las prácticas amorosas y el desenfreno sexual. Hete aquí, que el Papa Gelasio I, en la mejor de las tradiciones de aguafiestas, en el año 496, instituyó la celebración de San Valentín para controlar la cosa. Pero claro, la historia no aclara mucho cuál de los varios Valentines tuvieron algo que ver con el amor de pareja, y ahí surgen tradiciones más o menos exageradas o inventadas, que para eso están los hagiógrafos y escritores de vidas de santos. En el siglo XIV, cuando Geofrey Chaucer escribió El parlamento de las aves donde habla de los ritos del cortejo animal y su relación con el humano, y es entonces cuando se relaciona el amor romántico con San Valentín, porque él establecía la época de estos cortejos por la celebración de este Santo. Pero claro, cualquiera que haya paseado por el campo, sabe que este cortejo no se hace con el frío de febrero, sino más bien en torno a la primavera y a mayo. Resulta que el 2 mayo se celebra San Valentín de Génova, y probablemente Geofrey Chaucer se refería a éste y no al que celebramos ahora. En todo caso, el amor romántico no parece cosa de santos, la verdad.

En el Campo de Cartagena, hay que decir que en torno al 14 de febrero nuestros campos se llenan todos los años de la explosión de belleza de los almendros en flor, que es como una primavera adelantada. He de reconocer que con 18 añicos, un servidor, con una vena romántica no del todo perdida hoy, vino a elegir este señalado día para declarar su amor a una zagala con la que aún sigo subiendo escaleras. A falta de presupuesto para rosas, le envié una carta con mis intenciones, un poema escrito para la ocasión, unos dibujicos y una rama de almendro en flor. Costumbre que, con los años, no he abandonado del todo. Este domingo pasado tuvimos una cena romántica en casa, que algo bueno tiene a veces el tener a los retoños estudiando o trabajando fuera. Así que este año no hemos contribuido a esta entrañable época para los restaurantes.

Recuerdo el restaurante del año pasado, descubriendo un cambio radical en las costumbres. A nuestro alrededor, las parejitas ya no se cogían de la mano ni se miraban las pupilas dilatadas por la luz de una vela. Ahora son otras lucecitas, las del teléfono móvil, las que iluminan sus ojos distantes, mientras mandan sin descanso, mensajitos, dibujos, corazones, chistes y rosas a los grupos de whatsapp, sin dar abasto, los pobres.

He llegado a pensar que nada más romántico que lanzar un móvil por la ventana o sumergirlo en una buena copa de vino bien rojo ¿hay mayor prueba de amor a nuestra pareja o de amistad hacia nuestros amigos que ahogar nuestros whatsapp con vino?