No había vuelto a Milán desde el viaje de estudios de mi promoción de Filología Hispánica. Esta vez, siguiendo el consejo de nuestro anfitrión Kraser, el internacional artista cartagenero afincado allí, para volver pronto a la ciudad he girado sobre mi pie, con los ojos cerrados, sobre los atributos del toro que hay en el suelo de mosaico de la gallería Vittorio Emmanuele, ese impresionante edificio de cristal y hierro, precursor de las galerías comerciales y de las obras de Eiffel.

He acudido a asistir a la inauguración de 'Coordinate 37,6 - 0,9', una exposición en Hernández Art Gallery, de nuestro colectivo ArtNostrum. Nuestro anfitrión nos guió en una magnífica ruta cultural y gastronómica por el centro de la ciudad. Inolvidable me va a resultar el paseo por los tejados de la catedral gótica, con las espectaculares vistas, y el placer de andar entre un mágico bosque de pináculos, cresterías y chapiteles. El día había amanecido gris y muy frío, pero los cielos tuvieron un detalle con nosotros y, casi como por arte de magia, un sol espléndido apareció y realzó la belleza del inolvidable espectáculo de ver la Madonnina de oro, brillando en el punto más alto del Duomo. Una vez abajo, la luz jugaba con los mil colores de las vidrieras y nos quedamos en silencio contemplando subyugados la imponente escultura de San Bartolomé desollado, con aquella frase en latín de «no me hizo Plaxíteles, sino Marco da Agrate».

También estuvimos en el museo del Duomo y no nos dio tiempo de detenernos mucho en nuestra visita al imponente Castillo, ni demorarnos en los comercios de la Galería. Teníamos un programa apretado, así que tuvimos que dejar para otra ocasión el tomarnos un café en el Biffi, que fundara el pastelero de su Majestad en 1867. Aunque yo me hubiera perdido entre los libros de la librería Bocca, fundada en 1775, que alberga miles de libros antiguos y catálogos de arte. En el escaparate no se me escapó un libro en cuya portada aparece una chica de los años 30, de pelo corto e idéntica a la foto que conservo de mi abuela paterna, que murió prematuramente cuando mi padre tenía 7 años.

Ya me había sucedido otra vez, así que enseguida supe que no era mi abuela granadina, sino Marga Gil Roësset, la artista amiga y enamorada de Juan Ramón Jiménez que se suicidó con 24 años en 1932. Hace unos años se han publicado, por la fundación José Manuel Lara, los diarios de esta mujer que podría haber llegado a las más altas cimas del arte y de la cultura. Era una mujer moderna, inteligente, sensible, fuerte y con un rostro de belleza personal e inolvidable. Marga fue notable en sus dibujos y esculturas y un ser excepcional que marcó a su generación del 27 y la vida de Jiménez.

Y la vida nos trae ciertas casualidades. Ya es extraño ir a encontrarme en Milán el vívido retrato de mi abuela en la portada del diario de esta mujer, que fue una de las componentes de 'Las sin sombrero', justo ahora que en Cartagena se rinde merecido homenaje a la época del modernismo y se potencian actos invitando a las gentes de hoy día a portar sombrero como antaño. Pero aquella costumbre era, además, una obligación para las gentes de bien.

Aquel gesto de un grupo de mujeres de salir sin sombrero a la calle, al que se sumaron Lorca y Dalí, se convirtió en toda una provocación al poder establecido, un acto de vanguardia de unas mujeres que querían votar, participar en la sociedad y en la cultura, trabajar, vestirse como quisiesen y no ser meras amas de casa. Siguiendo la estela de Clara Campoamor o Victoria Kent, las sin sombrero fueron, además de Marga, las pintoras Maruja Mallo, Ángeles Santos, Margarita Manso y Rosario de Velasco, la filósofa María Zambrano, o las escritoras María Teresa León, Josefina de la Torre y Rosa Chacel. Luego, en la posguerra, tras la victoria del general Franco, las tiendas de sombreros de España ponían en su escaparate aquello de: «Los rojos no llevaban sombrero».

Pues eso, que el mundo, y hasta los tiempos, están interconectados.