l mes de abril de 1931 se inauguró la Central Telefónica de Cartagena en la confluencia de la calle San Francisco con la plaza del mismo nombre, un edificio que hace ya varias décadas que engrosó la lista de los inmuebles desaparecidos de la ciudad. Dos años antes cuando se les presentó el proyecto para su aprobación a los arquitectos municipales Lorenzo Ros y Víctor Beltrí, éstos afirmaron que era sobrio de líneas y por sus proporciones tenía cierto carácter de monumentalidad, avalado por la riqueza de los materiales que integraban algunas partes de la construcción. Extremo éste último que el arquitecto director de las obras Paulino J. Gayo también se encargó de enfatizar en la memoria del proyecto al decir que se utilizarían materiales de inmejorable calidad.

En cuanto a la distribución interna en la planta baja disponía de una sala para el público, una oficina comercial para los contratos y cobros, cuatro cabinas locutorios para conferencias, servicio de telefonemas y una sala de descanso para las señoritas que trabajaban de operadoras en la sección urbana e interurbana. El primer piso por su parte albergaba todo el entramado de cables que formaban el equipo y los acumuladores y baterías de la Central.

Dando un salto en el tiempo avanzamos hasta Enero de 1937, seis meses después del inicio de la Guerra Civil, momento en el que el arquitecto municipal Luis Durán Duffos redactó una memoria con el título Protección del edificio de Teléfonos de Cartagena contra los bombardeos aéreos.

En ella explicaba que la necesidad de mantener un servicio tan importante como el telefónico obligaba a proteger el edificio contra los bombardeos, amparando las vidas del personal allí destinado y los aparatos de su interior. Dadas las características de la Central no era posible la construcción de un refugio subterráneo pues no permitía la manipulación de las instalaciones propias del servicio. Otra alternativa al problema consistía en levantar un piso más y dotar a éste de una cubierta a prueba de bombas, pero además de costosa era de difícil ejecución y la obra duraría mucho tiempo.

A la vista de lo anterior se eligió una tercera vía que perseguía provocar la explosión en el exterior y reducir así los efectos destructivos de los proyectiles. Para ello se optó por un sistema de protección formado por un blindaje de planchas de hierro laminado superpuesto en la cubierta del edificio. Dichas planchas se colocaron de forma que sus juntas quedaron alternadas consiguiendo en toda la superficie de la terraza un espesor medio de 10 mm. Este sistema permitía además dejar el edificio en su estado original cuando la protección no fuera necesaria. Las planchas recibieron una capa de pintura para evitar su oxidación y su depreciación pues la idea era venderlas una vez finalizado su cometido.

Para satisfacer la curiosidad del lector diré que sumado el hierro y los trabajos de albañilería y pintura el presupuesto de la obra ascendió a algo más de treinta y tres mil pesetas. Como bien decía el Teniente Coronel Ingeniero Francisco Oliver en el informe que acompañaba al presupuesto éste era «exiguo viendo que con ello se ha dado la tranquilidad moral al personal de servicio». Por suerte las planchas no tuvieron que cumplir su función pues la Telefónica, nombre con el que era conocida la Central, no aparecía en el listado de edificios afectados por los bombardeos que se elaboró tras la contienda.