Me imagino a Miguel de Cervantes escribiendo hoy día la tercera parte de su novela del ingenioso hidalgo. En el lecho de muerte de Don Quijote, en el último minuto, aparece una hija de Alonso Quijano, de la que el caballero nada sabía. Emocionada por el encuentro y a la vez pérdida de su padre, la chica decide continuar la labor del caballero de la triste figura. Dulce Quijano Lorenzo, que así se llamaría nuestra nueva heroína, de esta manera, tras adentrarse una noche en la cima del Monte Miral, se encuentra con un ermitaño de cuerpo menudo, orejas prominentes y hablar extraño.

Ante la visión, en el horizonte, de un convento misterioso bañado por una luna que también se refleja en un pequeño mar, Dulce hace el viejo juramento de entregar su vida a desfacer entuertos, socorrer necesitados y luchar contra las injusticias. Yo soy de los que piensa que don Miguel está más vivo que nunca, así que no descarto que un día de estos veamos escritas, de su propio teclado, estas nuevas historias, antes de que se adelante ningún aprovechado Avellaneda. Cervantes volverá, así, a poner palabras al relato de un pretendido árabe que le habría contado cómo el pequeño monje, sacando de dentro una descomunal fuerza, al tiempo que repetía unas extrañas oraciones, envolvió a la muchacha en un colosal haz de luz que la transportó a las alturas. He aquí que nuestra valerosa amiga aparece, hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana.

Mientras espero que el de Alcalá publique su próxima entrega, me he ido al cine con mi familia a ver 'Rogue One: Una historia de Star Wars', precisamente el día que moría Carrie Frances Fisher, la actriz que siempre encarnará a la inmortal princesa Leia Organa. Fue nuestro homenaje no exento de una particular batalla por el dominio de las palomitas. La nueva película me encantó, como también lo hubiera hecho al mismísimo Quijote, pues hay que reconocer cierto espíritu cervantino en esta historia épica, en la que unos locos se enfrentan a los desalmados y todopoderosos gigantes, enderezando los más pertinaces agravios.

Además de mi gusto por el tapeo y la novela, y el cine de aventuras, que todo no va a ser exquisitos y sesudos platos de alta cocina, la saga de la Guerra de las Galaxias me gusta por su interculturalidad y por su anuncio del futuro que nos espera, muy en la línea de Julio Verne.

Salvo en los dominios de los malos del Imperio, donde todos los seres suelen ser clónicos o uniformados, en la galaxia aparecen personajes de mil culturas, etnias, razas y distintas formas de vida que pueden compartir las calles, las naves, los bares, los espectáculos o ser hermanos de armas. Es jodido que en estas historias de las galaxias la guerra siga presente en el código genético de todas las culturas humanas o humanoides, pero al menos me gusta que el futuro sea compartido, en convivencia de distintas razas y creencias.

En esta nueva entrega de la serie he visto con agrado que este ambiente multirracial e intercultural ha ido en aumento: la protagonista es una mujer y sus compañeros son negros, asiáticos, hispanos? Sin duda toda una declaración de intenciones en unos tiempos, los reales de hoy día, en que tenemos el peligro de caer en el miedo que nos quieren transmitir ante los que tienen otras razas o religiones. Pero los personajes que prometen la seguridad de unas fronteras que dejen fuera a los otros y nos mantengan a salvo e inmutables, se ha comprobado que nos llevan al desastre. No hay quien pare esto de la aldea global porque el universo es muy grande y hemos de conquistarlo unidos.

Esta Navidad también he visto por las calles de Pozo Estrecho una Procesión del Niño, de la comunidad ecuatoriana de la comarca. Una experiencia inolvidable ver a nuestros vecinos compartiendo su fiesta llena de colorido, sus cantos y sus costumbres. Ese es el futuro: la interculturalidad y el respeto a todas las creencias y costumbres. Que la fuerza nos acompañe, amigo Sancho, que no hay más sensatez que la que emana de la tolerancia, ni mayor dislate que los integrismos que nos amenazan.