Me he ido de puente, así que hoy no he podido escribir mi 700 palabras, esos sorbicos de agua fresca reposada en el aljibe de mi era, en el que recojo aquello que, como todo, nace del mar, sube al cielo, se cae de las nubes, corre por los campos sin reparar en caminos, y nos da la vida o tal vez nos la quita. La verdad es que tenía muchas cosas de las que hablar, que no te vayas a pensar, querido lector, que se me acaba la cuerda o me falla la imaginación. Por si no lo sabes, cuando me pongo al teclado, la mayor dificultad a la que me enfrento no es la de encontrar de qué hablar, sino decidir, entre lo que uno piensa, qué cosas posponer para próximas ocasiones y a qué hincarle el diente o, mejor dicho, qué dar a beber a la concurrencia.

Procuro siempre contar cosicas de nuestro entorno, como soy del campo, pues aquí me estampo a menudo, insistiendo que Cartagena es una ciudad que me encanta cada día más, pero que es mucho más que una urbe: tiene barrios, pueblos (diputaciones) y toda una Comarca a la que tiene que abrirse y a la que puede liderar si, como las madres, se pone a arrimar el hombro con actitud inteligente, trabajadora y amorosa, sin necesidad de estar siempre metiendo miedo con que viene el lobo para que sus hijos no salgan de sus faldas, ni echando la culpa a la vecina cuando algo huele mal en la propia casa.

Tampoco me gusta quedarme siempre en el terruño, pero creo que no hay árbol que crezca y se renueve cada primavera si no echa a volar sus viejas hojas que, una vez en el suelo, dan nutrientes a las raíces que tanto hay que cuidar. Por eso me gusta escribir de las tradiciones que se han de conservar y no olvidar, y también de la actualidad emergente, de lo nuevo y de los horizontes posibles y también de los soñados que nos motivan a seguir caminando.

Me gusta hablar de cosas importantes en las que nos jugamos mucho, pero también de cosas pequeñicas, de lo que nos rodea y que, a menudo, no valoramos. Me gusta estar abierto a lo nuevo, a lo otro, a lo por descubrir, pero no dejo de recordar lo nuestro, lo que somos y de dónde venimos. Sobre todo me interesa la gente. «Homo sum, humani nihil a me alienum puto», hombre soy y nada humano es ajeno a lo que pienso.

Hoy estoy contento porque he visto que la directora de Patrimonio de Cartagena, Mari Carmen Berrocal, ha vuelto al convento de San Ginés de la Jara a controlar las obras de rehabilitación que por fin continúan. Ha ido acompañando a mi alcalde y su séquito. Me gusta que José López esté dando trigo que él sabe que es más difícil que predicar. Me acuerdo de un día, estando aún en la oposición, que él pasó por el monasterio, vestido de ciclista, paró la bici y se hizo un selfie con el monasterio detrás, para colgarlo en el Twitter, yo estaba con la azada quitando hierbas porque había que limpiar aquello para la fiesta de San Ginés de la Jara y que viniesen todos a ponerse tras la pancarta reivindicativa. No nos conocimos porque él iba hasta con gafas de ciclista y yo llevaba un sombrero de paja que parecía que iba a por brevas, así que ni nos saludamos.

Espero mucho de mi alcalde, de mi próxima alcaldesa, de la arqueóloga Berrocal, del resto de la oposición, de los responsables de Cultura del Gobierno regional y, sobre todo, espero mucho de la ciudadanía. San Ginés es cosa de todos y se conseguirá arrimando el codo, que lo importante es llegar a la tierra prometida, aunque como Moisés, nos quedemos a las puertas y la disfruten otros, pero cada uno estará orgulloso de su aportación. Todos somos necesarios, por eso me gusta decir que Cartagena será lo que todos queramos que sea.

Pues todas estas cosas pienso en el puente, y de ellas hubiera escrito hoy.