Querido alcalde, con el debido respeto:

Está visto que no tenemos remedio. No contentos con haber destrozado urbanísticamente algunos de los lugares que tenían más proyección turística en los alrededores del Mar Menor, ahora parece que nos hemos empeñado en matar directamente a la gallina de los huevos de oro y es la propia laguna salada la que parece ya herida de muerte.

El martes pasado LA OPINIÓN publicó las conclusiones del estudio sobre la conservación de la vegetación de la laguna, realizado por el Instituto Español de Oceanografía y la organización ecologista Anse, que se había realizado en dos etapas. La primera a lo largo de 2014, antes del episodio de la llamada ´sopa verde´ del pasado verano; y la segunda durante los meses de septiembre y octubre de este año.

Es importante destacar que en ambos periodos, los investigadores se sumergieron en los mismos lugares, utilizando 57 puntos de muestreo y 190 inmersiones. El resultado fue que el Mar Menor ha perdido el 85 por ciento de sus 13.780 hectáreas de pradera marina en los dos últimos años.

Tengo que decirle que todos los veranos de mi lejana infancia están unidos en mi memoria al Mar Menor, y más concretamente a la playa de Lo Pagán, donde pasaba los casi tres meses de aquellas interminables vacaciones que disfrutábamos allá por los años 50 y 60 del pasado siglo.

Recuerdo la impresión que me causaban los caballitos de mar cada vez que buceaba junto a la playa cuando, infeliz de mí, estaba convencido de que tarde o temprano yo también encontraría alguno de aquellos tesoros que tan minuciosamente detallaban las novelas de Stevenson, Conan Doyle o Emilio Salgari, que acostumbraba a leer durante esos largos y aburridos veranos.

Me acuerdo también del asco que me daba ver a mis hermanas mayores y a sus amigas comiendo los berberechos que cogían del fondo mientras se bañaban, sin ni siquiera echarles un ´poquico´ de limón.

Pero me temo, alcalde, que, después de leer el estudio al que me refería anteriormente, todo eso quedara ya solo en la memoria de quienes tuvimos la suerte de disfrutarlo entonces.

El estudio que nos ocupa y que cuenta con la colaboración del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y del Ayuntamiento de Cartagena que usted preside indica que «a partir de la segunda mitad de 2015, las aguas del Mar Menor han experimentado un drástico cambio en su calidad por la proliferación masiva de fitoplancton, que hizo que sus aguas se tornaran verdes y extremadamente turbias».

También resulta especialmente preocupante «la existencia de altos índices de cobre por la pintura de los barcos y los herbicidas de la agricultura, así como alguna presencia de arsénico, cadmio y plomo, por los vertidos históricos mineros y por el impacto de puertos, dragados y vaciados de depuradoras».

Así que, alcalde, aunque el portavoz del comité de expertos sobre el Mar Menor, Ángel Pérez Ruzafa, afirmó esta semana en la Asamblea que, aunque no tiene una certeza absoluta, cree que la laguna sigue en estado «muy crítico», pero no ha alcanzado el punto de no retorno que haría irrecuperable el ecosistema. Yo, en casos complejos como este, siempre defiendo la opinión de los técnicos, y éstos apostaron por reestructurar la agricultura intensiva del Campo de Cartagena; eliminar puertos para permitir la dinámica del agua de la laguna; regular el tráfico de las embarcaciones y evitar los vertidos de aguas sin tratar de las depuradoras. ¡Ah! y paralizar los proyectos urbanísticos en la zona.

Ya sé que no parece fácil de intentar pero lo que queda demostrado es que las reglas que hemos seguido hasta ahora y la indiferencia con la que tantas veces hemos tratado los problemas del Mar Menor, nos han traído a esta situación. Así que, al margen de intereses partidistas y excusas políticas, me parece un buen momento para empezar a pensar más en el legado que dejaremos a los que vienen detrás y menos en los intereses de algunos de los que nos acompañan ahora.