El incremento del interés por el patrimonio cultural ha provocado en los últimos tiempos que se abrace, a veces apasionadamente, la protección de nuestros bienes tanto por académicos, instituciones públicas, el sector privado, e incluso la ciudadanía en general. Sin embargo, este interés por el patrimonio cultural no se ha extendido de igual modo en todos los ámbitos patrimoniales.

El legado dejado por la actividad pesquera ha sido uno de los que adolece de esta popularidad de carácter patrimonialista. La pesca, como actividad económica, ha sido discriminada debido a los habituales criterios empleados para determinar la definición de patrimonio. Pero la pesca, además de ser una actividad económica de subsistencia, debe ser concebida como patrimonio cultural, pues en ella se concentran diferentes factores materiales e inmateriales que justifican su clasificación como bien de interés cultural digno de una urgente protección.

Esta urgencia está justificada por la inexorable pérdida progresiva de elementos fundamentales de la cultura de la pesca, merma derivada de la contracción del sector, las transformaciones técnicas, innovaciones, y normativas, que han provocado la desaparición de modalidades de pesca, artes y oficios.

La carpintería de ribera está perdiendo sus componentes culturales, tanto de carácter material como inmaterial; tradiciones inmemoriales, los conocimientos, las técnicas, los útiles, las herramientas y las instalaciones edilicias. Derivado de la desaparición de estos oficios, las embarcaciones tradicionales entran en un estado de abandono y decrepitud que las avoca hacia su irremediable pérdida.

Las almadrabas forman parte también del patrimonio pesquero que debemos proteger. Este antiguo arte pesquero supone, desde el punto de vista técnico, una modalidad de pesca pasiva diseñada para la captura de túnidos. Pero desde el punto de vista cultural y etnográfico, es evidente, que los diferentes factores ambientales que afectan a nuestras costas han favorecido la pesca de atún en el Mediterráneo, siendo una constante histórica ya que poseemos datos de la existencia de las almadrabas en el mediterráneo pre-romano. El empleo de las embarcaciones tradicionales y los instrumentos técnicos necesarios para el desarrollo de las operaciones de pesca se caracterizan por su continuidad histórica, aportando un valor añadido a este bien cultural.

Por tanto, el arte pesquero de la almadraba debe ser objeto de una valoración social por parte de las administraciones públicas ya que es obvia su importancia histórica en la conformación de entidades locales, conformando una identidad estética y social, que afecta hasta a las costumbres cotidianas entre las que se incluyen muy diferentes oficios e influenciando hasta a la gastronomía desarrollada por los habitantes del entorno. La almadraba de La Azohía, que se encuentra situada en la bahía de Mazarrón, frente a la localidad del mismo nombre, es la última almadraba calada en la costa de Murcia tras la desaparición de las de Cabo de Palos, Águilas o Cabo Cope, y por tanto es imprescindible asegurar su mantenimiento.

Pero la conservación de las artes pesqueras tradicionales, como cualquier otro tipo de bien patrimonial, necesita que aporte algún tipo de beneficio económico a la sociedad en la que se desarrolla y que fomente su viabilidad de manera sostenible. El aprovechamiento turístico de este singular patrimonio cultural de carácter inmaterial, desconocido para la gran mayoría de la población, su promoción y la de los productos derivados de su explotación, debe ser una prioridad para todos. En las costas de Cartagena permanece la última de las almadrabas de Murcia. No podemos permitir que desaparezca, pues una vez perdida la tradición, cualquier intento de su recuperación será un simple remedo del original.