Habitualmente las actividades culturales se sirven de comisarios con prestigio intelectual. La importancia de un premio artístico está sustentada, no sólo por la cuantía de los premios, sino por el demostrado crédito del jurado. Por otro lado, existen gran cantidad de galerías, salas de exposiciones y museos, con evidente carga política, que intentan implantar un dirigismo cultural arropado en una falsa democratización del arte. Es indudable que los artistas con una vena activista, pero que venden, o intentan vender, sus obras, deben entender y asumir las consecuencias éticas de sus intenciones comerciales y ser conscientes de su complicidad con el sistema, o cuando menos, aceptar que se ponga en cuestión.

Existen notables contradicciones del arte comprometido socialmente, producción cultural sustentada en una gran paradoja, ya que el arte es beneficiario directo de la injusticia social y la concentración de la riqueza que identifica el capitalismo salvaje, siguiendo una dinámica similar a la que se produce en los bienes y servicios de lujo. Es curioso que, la especulación basada en la sangrante desigualdad haya producido un creciente número de artistas, comisarios, gestores y críticos, que adoptan sin ambages la causa de la justicia social y que se financian abundantemente por entidades públicas o gozan del patrocinio corporativo y la riqueza privada. Otro ejemplo de este absurdo es que obras de arte identificadas con la crítica social e incluso económica son vendidas por cientos de miles o millones de euros.

Es necesario cuestionar el alcance social del arte político, dirigido exclusivamente a otros artistas y un sector de población educado y que poseen los códigos necesarios para interpretar las obras, una supuesta élite que suele desarrollar su 'doctorado' en el seno de las instituciones culturales, que habitualmente materializan su compromiso al margen de la realidad, desviando cuantiosos recursos económicos en pos de erróneos objetivos.

Cuando es la estructura política y administrativa la que dirige la actividad cultural, hace innecesaria; la creatividad, la originalidad, el espíritu crítico o la excelencia, ya que los actores culturales sólo necesitan la lealtad hacia el gestor público de turno para conseguir la subvención. Es por esto que posiblemente las manifestaciones artísticas sobresalientes, tanto en conceptos como en formas, evidenciarían la posibilidad de pensar, sentir, de vivir, fuera de los estándares políticos/culturales en los que tratan de hacernos encajar.

Por otro lado el activismo Artístico/social, se puede considerar como un, exclusivamente, activismo político camuflado, en realidad no poseen ambiciones estéticas. Estos políticos, que se autodenominan artistas, emplean su prefabricada imagen cultural para usarla como paraguas para proteger y patinar de altruismo cultural su actividad pública, y consecuentemente la producción derivada será un simple e irrelevante soporte sobre el que se sustenta de manera encubierta una ideología. Ardid que pervierte, de alguna manera, el concepto de arte para transformarlo en algo artero, contrario a su verdadero espíritu. «La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura». Friedrich Nietzsche.

Obviar que, la influencia del mecenas, ya sea público o privado, ha sido determinante en la historia del arte, Miguel Ángel no hubiera creado El David si no hubiera existido la República de Florencia, entidad que quiso proclamar su propia grandeza. Pero la humanidad, y el arte con ella, ha evolucionado hacia la libertad creativa e individual desarrollada en una colectividad, colectividad que no determina ni amputa la libertad de pensamiento unipersonal. O eso debería ser.