La semana pasada publiqué mi artículo de opinión «Una propuesta en el retrete», en donde se describían unos hechos acaecidos en los urinarios del ayuntamiento, previos al Pleno Municipal, entre el alcalde, mi héroe de Cavite, Paco Espejo y un testigo, mi Manolo Padín, todo desde la versión de la primera autoridad consistorial.

Como bien dice mi padre, en todos los juicios hay que escuchar las dos versiones, así que me puse en contacto con el otro miccionador en cuestión para que me contase lo que allí sucedió.

Me cuenta mi Paco Espejo, que andaba él dentro de los aseos, con la puerta entreabierta y en plena acción, cuando entró el alcalde y le dijo: «¿Vais a votar que no (a la moción de la comisión de investigación de protección civil que Podemos iba a presentar)? Pues si vais a votar que no, nosotros nos abstendremos».

«Pero Paco -le pregunto-, ¿no hablásteis de los terrenos de La Aljorra?». «¡Para nada!», me responde, «solo lo que te acabo de decir, es más, me extrañó que el alcalde estuviese en esos aseos cuando él tiene el suyo particular, así que imagino sería un colapso o buscó el encuentro para hacerme la pregunta. Pero, ¡ostras!, que me pilló con la cosa en la mano».

«¡Paco!, algo más te diría?, le insisto». «¡Joder, Pepe!, que una meada no da para más, de verdad que eso es todo, así que lo que te contó la semana pasada, no es cierto -noto que evita llamar embustero al alcalde-, es más, en esos momentos entró a orinar Manuel Padín, así que te lo pongo por testigo. Habla con él, por favor». «¿Seguro que no hablasteis nada mas?, mira Paco que esto sí que es para mearse encima». «¡Nada!, ni una gota?, ¡perdona!, quiero decir ni una palabra. Por favor, te insisto, habla con Padín».

Pues ni corto ni perezoso, llamé por teléfono a Padín -hombre prudente y moderado de total fiabilidad- y le cuento lo que está pasando, rogándole que me aclare esto del retrete, que ya empieza a tener más morbo que la telenovela del mediodía de la cadena del régimen Acacias-38.

Con la amabilidad característica de Padín, me cita en el Palacio Consistorial para contarme lo sucedido, ofreciéndome secuenciar la explicación «en los propios retretes donde sucedieron los hechos».

¡Ahí es ná!, ¡demasiado pá mi cuerpo!, ¿no me digan que no tiene la cosa su puntico??. «¡Pues claro, Manolo!..., ¿a qué hora voy?..., ¡a las 11,00!..., pues allí nos vemos».

Clavao estuve en el viejo Ayuntamiento. Padín, un anfitrión educado y exquisito, me condujo a su despacho, explicándome lo sucedido y ofreciéndome bajar a los aseos para reproducir la escena.

No, no se lo tomen a risa, aunque si se mira bien, es para descojonarse, pero la ocasión para un coleccionista de anécdotas como yo era irresistible. Todos para el meódromo.

Cogimos el ascensor, bajamos a la planta baja desde la que subimos por la escalera principal a la primera planta, luego nos metimos por un pasillo y salimos a la puerta del lugar de los hechos?, de las meadas.

Y allí entramos, contándome que cuando él entra se vio sorprendido por la presencia del alcalde, que estaba junto al lavabo nada más abrir la puerta y que los dos aseos tenían las puertas entreabiertas. Uno estaba vacío, en el que él entró, y en el otro se veía a Paco Espejo y se oía el ruido del chorro cayendo dentro de la taza del water.

Escuchó hablar algo al alcalde pero no le prestó atención, algo corto relacionado con Protección Civil. A Paco no le escuchó nada, excepto el mencionado ruido del chorro, que por lo que me explica, la próstata de Paco tiene buena salud.

Pero no era suficiente, para entrar en más realismo, llamamos a un colaborador y nos pusimos en situación, ocupando el colaborador el puesto del alcalde, Padín entró en los aseos, y yo tuve que ocupar el puesto de Paco Espejo.

¿Qué como me atreví?..., ¡y qué iba a hacer!..., todo sea por confirmar los hechos sobre los que escribo y por tener una anécdota más en mi curriculum.

Así que aquí tienen la otra versión, la de Paco Espejo, que además aporta un testigo. Si en algo coinciden, el alcalde y Paco Espejo con su testigo presencial, es en que todos se aliviaron la presión prostática.

Ustedes, mis queridos lectores, pueden sacar sus propias conclusiones, que yo bastante hice con estar apretao delante del excusao y tener que aguantarme hasta llegar a un sitio más seguro. Sí, he dicho más seguro. ¿Se imaginan que en esos momentos hubiese aparecido mi héroe de Cavite?... ¡nos meamos tos!..., pero encima.

Chsss, sin risitas, ¿eh?, que ya nos conocemos.