Desde la Nochebuena de 1223, fecha en la que San Francisco de Asís realizó el primer belén de la historia en el que se representó la escena del nacimiento de Jesús instalando un pesebre vacío pero con un buey y una mula -cuadro basado en la tradición cristiana inspirada en el evangelio de Isaías-; hasta hoy en día, en el que el belén es una demostración tradicional filtrada por cada una de las culturas en las que esta manifestación artística se ha desarrollado, hemos conseguido recopilar un legado artístico de gran importancia, muchas veces infravalorado por su carácter temporal o por su escala, pero que actúa como programa iconográfico accesible a la población corriente y también como registro histórico que aporta datos del desarrollo de la vida y costumbres de nuestros antepasados.

Es en París, en pleno renacimiento, donde encontramos los primeros datos de la existencia de un taller en el que se manufacturaban figuras de belén. Desde la ciudad francesa se extendió a España, la República de Siena y Portugal. Más tarde se expandió por toda Europa y América.

En el barroco, el belén aumentó en tamaño y escenas, ya no solo se realizaban representaciones del nacimiento, sino también de la sociedad, personajes y costumbres. Su mayor exponente es el pesebre napolitano, especialmente durante el reinado de Carlos III, siendo entonces cuando obtuvo su mayor esplendor, añadiendo a los personajes habituales las representaciones de ricos, nobles y representantes de diferentes oficios con sus trajes de la época.

En nuestra tierra, los belenes del siglo XVIII demuestran una evidente influencia de las figuras napolitanas, pero los artistas murcianos propician una evolución estética que, con el paso del tiempo, derivó en un nuevo y singular formato totalmente independiente del original, al adaptar los conceptos artísticos italianos al realismo español, ajustando vestiduras y actitudes de los diferentes personajes a sus respectivas condiciones sociales. Otro elemento diferenciador es el moldeado y policromado de las vestiduras, abandonando, de esta manera, la tradición napolitana de las imágenes de vestir, con el consiguiente sensible aumento del valor artístico.

Francisco Salzillo, paradigma del belenismo español del siglo XVIII, fuente de la que beben los artesanos actuales, crea su conocido belén rondando los setenta años. Obra compuesta por 928 piezas, entre figuras humanas y animales, divididas en diferentes escenas: Nacimiento, Anunciación, Sueño de San José, Visitación, Presentación en el Templo, Huida a Egipto, La Posada, Herodes y su guardia, el cortejo de los Reyes Magos, pastores y ganado. Estas escenas siguen estando vigentes hoy en día y son guía de la estructuración iconográfica de los belenes actuales.

Cada año podemos disfrutar de la obra de un buen número de artesanos belenistas que realizan su trabajo, siguiendo el estilo iniciado por Salzillo, en nuestra Comunidad, manteniendo viva una secular tradición que provoca una actividad económica que crea riqueza y engendra patrimonio cultural. Es por esto que debemos proteger nuestro sector artesanal de la invasión de productores de otros países y que copan el mercado con sus artículos de baja calidad y precio.

Es ahora el momento de promover el desarrollo artesanal, creando el medio favorable a los artistas belenistas, para el mejor aprovechamiento de sus capacidades y destrezas colaborando en el desarrollo y progreso de la infraestructura necesaria que permita el fomento, promoción y difusión, como elemento intrínseco de nuestra propia identidad. En primer lugar debemos valorar al artesano o artista popular, apreciar su ingenio y destreza a la hora de transformar materias primas en creaciones autóctonas o en manifestaciones artísticas. Por otro lado debemos tomar en cuenta el valor añadido del producto artesanal, que se logra mediante la intervención del trabajo manual y se aleja de las impersonales producciones en serie.