Con apenas 36 años Miguel de Unamuno, profesor, escritor y filósofo era rector de la Universidad de Salamanca y se enfrentó al discurso nacional fascista que el general Millán Astray pronunció el 12 de octubre de 1936, todo un bombardeo anti intelectual en aquel templo del saber y la convivencia. El general atacó con violencia a Cataluña y al País Vasco, «cánceres en el cuerpo de la nación, que el fascismo sanador de España sabrá como exterminarlo, cortando por la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos». Fue entonces cuando Unamuno dijo aquello de que «venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque para ello hay que persuadir y para persuadir hay que tener razón y pensar de verdad en España». Fue también Unamuno el que dijo: «El nacionalismo se cura viajando».

Vivimos en un momento en el que muchos están preocupados por los peligros de ruptura que nos acechan. Que se nos rompa Europa, que se nos rompa España, que se nos rompa el partido o que se nos rompa el mundo. Lo cierto es que parece que no hemos aprendido nada de tantas guerras que llevamos a cuestas. Los nacionalismos que nacieron en el siglo XIX son una cosa que parecía ya muy vieja y superada en nuestra aldea global. Las banderas, las patrias chicas y el terruño, después de lo vivido en el siglo XX, parecía que habían quedado obsoletas. Parecía que habíamos aprendido una gran lección: que son los poderosos quienes nos mangonean con sus soflamas grandilocuentes y huecas para que nos lancemos como autómatas contra el enemigo, para que ellos hagan caja vendiendo armas, quedándose con territorios o con la explotación de los recursos naturales mientras queden, o colocados en sus poltronas políticas sin haber dado palo al agua en la vida.

Pese a todo la civilización también ha dado buenos frutos, creadores, poetas e intelectuales que nos hablan como profetas y nos marcan caminos de libertad, pero la mayor esclavitud a la que nos enfrentamos está dentro de nosotros y es el miedo a la libertad y el vivan las cadenas. Nos desahogamos en los bares pero aguantamos lo que nos echen y votamos a los que nos subyugan. Los que hemos trabajado en el bancal sabemos que del estiércol nace la vida, el alimento y las flores más hermosas, pero tanta podredumbre ya es insoportable. Pero nos han domesticado con el virus de la resignación que es la enfermedad más terrible de nuestros días.

Como a perros atados, cuidando en la finca, nos dan un poco de cuerda para que nos creamos libres, nos dan palmadicas en la espalda y nos ceban con piensos insanos, pero nos han cortado las alas. Todo bajo control de los que realmente mandan y nosotros que nos creemos los dueños de nuestra casa y estamos dispuestos a morder para cuidarle la finca al señorito.

El caballo, que en el cine y el arte siempre ha sido un símbolo de libertad, ha sido usado por Picasso en El Guernica o por Spielberg en Caballo de batalla. En esta película hay una magistral escena donde un joven soldado inglés y otro alemán, en plena batalla llena de sufrimiento y muerte, se unen para salvar al caballo, mientras logran un impresionante alto el fuego en el absurdo de la guerra y se evidencia que todos son unos mandados por los jefes de las naciones.

Estos días vemos como, al final, no cuentan los votos ni las voluntades del pueblo, sino los dictados de los que controlan el cotarro. Nos escriben el guión y el que se mueve no sale en la foto o es eliminado. El mundo sigue estando lleno de desigualdades, de dolor y de injusticia y nos han metido tanto miedo a perder lo poco que tenemos que nos abocamos al sálvese quien pueda. Adiós a la solidaridad, a los ideales, al bienestar compartido, a un mundo mejor. Vamos de camino al desastre como no cojamos el toro por los cuernos y digamos 'no'. Mi patria es el mundo y el género humano. Que no nos entretengan con que la culpa es de los otros, que no nos calienten para ser hooligans descerebrados, que nos quieren separados y enfrentados con nuestras guerras de banderitas y con aquello de 'Barataria is not Landia'. ¡A galopar!