Del inmenso callejero que tuvo nuestro casco antiguo, tristemente reducido por las imperdonables demoliciones, sólo dos vías mantienen el nombre de cuesta en su denominación, la del Maestro Francés en las cercanías del Molinete y la de la Baronesa que hoy merece nuestra atención. Viajando en el tiempo y ayudados por el que fuera cronista de esta ciudad Federico Casal sabemos que en 1600 era conocida como la Cuesta de Junero, que en los padrones del reparto de la Moneda Forera aparecía con el nombre de Clemente y que a partir de 1650 se la conoció como «calle que va a la iglesia Maior». Durante el siglo XVIII se le denominó «de las Gradas» por los escalones que se construyeron para suavizar la pendiente de subida hacia la Catedral Antigua. Y por fin llegamos a 1829 en el que el Consistorio le da el nombre de Cuesta de la Baronesa por vivir en ella la señora Baronesa del Monte y Condesa de Villamanuel. Algo que no cuenta Casal es que el espacio comprendido entre la Cuesta de la Baronesa y el típico rincón de la Soledad en 1854 recibía el nombre de Cruz de Pescadores, no obstante la zona entera y su entramado de calles hasta lo alto de la Puerta de la Villa era el Barrio de Pescadores de la ciudad.

Continuando con la historia hay que decir que la empresa ‘Aguas de Ventura’ instaló una fuente en 1888 junto a la pared de la entonces llamada iglesia vieja, algo que fue muy celebrado por el vecindario. A principios del Siglo XX se encontraba aquí el Colegio de los Cuatro Santos, dirigido por el presbítero Pedro Ros Baños, en el que se impartían clases de primera y segunda enseñanza y se preparaba para carreras especiales. De su actividad comercial, que también la tuvo, llama la atención la presencia de la consignataria ‘White, Harker y Cía S.L.’ junto a negocios como la hojalatería de Ramón Ródenas, la panadería de Francisco García Reyes, que se anunciaba como sucesor de la señora Pascuala o la tienda de ultramarinos de la familia Hernández que fue de las últimas en cerrar sus puertas.

Tampoco se puede olvidar el inmenso refugio de la Guerra Civil que tenía su entrada justo delante de la puerta de la Catedral Antigua, en plena plaza de la Condesa Peralta y que sería utilizado por todos los vecinos de la calle durante los bombardeos. Como anécdota en la construcción de una de sus galerías en abril de 1937 surgieron problemas de filtraciones y, hechas las averiguaciones pertinentes, se descubrió que provenían de dos edificios de la calle a cuyos propietarios se les ordenó que procedieran a la impermeabilización de sus bóvedas o cloacas.

El tipismo de la cuesta era tan representativo de nuestra ciudad que el médico e investigador histórico Juan Soler Cantó incluyó una fotografía de la misma en la Guía de Cartagena que publicó en 1977. Por cierto que dicha guía ganó el primer premio de turismo de la editorial Everest de ese año mostrando los atractivos de nuestra ciudad. Esos escalones empedrados, los farolillos artísticos que la iluminaban con sus parterres centrales y el letrero de chapa calada con su nombre transmitían más historia que la que yo pueda contar en estas líneas. Todos estos elementos que he citado forman parte del pasado pero siempre nos quedará su recuerdo, el de algo castizo, algo nuestro, algo tan cartagenero como siempre fue la Cuesta de la Baronesa.