He sacado ya muchos pozales de agüica fresca de mi aljibe ensalzando la belleza, a menudo desconocida y siempre poco valorada, de los paisajes de nuestra tierra, del patrimonio rural, de los molinos, casonas, baterías de costa? Siempre poniendo en evidencia el mal estado en que la mayoría se encuentran, fruto del abandono y la incuria que por aquí crece como las malvas. Que hay que mantener, proteger, restaurar y poner en valor es una verdad que clama hasta la desaparecida campana del monasterio de San Ginés de la Jara.

Pero fruto de tantos despropósitos que en nada ayudan a mantener el entorno que se nos ha legado ni, por supuesto, a apoyar un turismo cultural tan necesario como posible hoy en día, es la dejadez hacia la estética de nuestros pueblos. A todos nos gusta, cuando viajamos por ahí, admirar la belleza de los pueblos que mantienen su idiosincrasia, su sabor y su personalidad propia con una imagen de conjunto que se ha mantenido y cuidado durante siglos, como marca de la casa y que los hace atractivos para todos los visitantes y todos los objetivos de las cámaras o móviles. ¿Porqué los pueblos del Campo de Cartagena no van a estar nunca en ninguna de las listas de los pueblos más bonitos de España? ¿Cómo hemos llegado a esto?

En nuestra Región hemos de subir a los pueblos del noroeste para encontrar esa estética común y atractiva para el turismo rural de la que adolecemos en nuestra zona. Con envidia vemos los pueblos blancos de Andalucía, los pueblos castellanos, los asturianos, etc. esos pueblos de piedra, esos con mil tejados escalonados. A nadie se le ocurriría, ni permitiría, que en mitad de un pueblo blanco a un vecino le dé por llenar de azulejos la fachada, que la enluzca de Cotegrán, o que ponga el techo de tejas negras como esos chalets sin gusto que abundan.

Tal vez el desarrollismo que empezó en los años 70 y 80 tuvo mucho que ver. La gente se vio con un dinero y o se abandonaron las construcciones tradicionales o les lavaron la cara sustituyendo las puertas y ventanas de madera por otras de aluminio, las fachadas de ladrillo visto o pintadas por horrendas placas cerámicas como las que se han usado también para sepultar los tradicionales suelos hidráulicos de nuestra zona. Este avance de la fealdad se ha contaminado a nuestras calles y plazas.

Es verdad que nos gusta nuestra patria chica y que siempre volvemos a nuestra localidad con la sensación del descanso del guerrero, pero no hace falta compararnos con la Toscana para darnos cuenta de que nos hemos cargado un legado de muchos siglos, no solamente en los monumentos o en elementos como los aljibes o las norias, sino en las propias casas familiares que ya no observan ni orden, ni concierto, ni armonía alguna. Cada cual ha hecho de su capa un sayo y el resultado es desalentador.

Hay mucha responsabilidad en las autoridades municipales, en los ayuntamientos de nuestra zona, sobre todo en los que están más alejados de sus pedanías, o diputaciones. No solamente se ha dejado derribar casas de trescientos años, teatros como el de Pozo Estrecho, bodegas, almazaras, ermitas o posadas, sino que no se ha establecido ninguna norma urbanística que conservase lo que el tiempo ha ido forjando como estilo común de los pueblos de la zona.

Leo, con esperanza, que la Comunidad Autónoma y el Colegio Oficial de Arquitectos intentarán paliar el feísmo de los pueblos turísticos de la zona (sobre todo de las playas). Es una necesaria iniciativa que ha de extenderse a toda la Comarca. Aún estamos a tiempo de evitar el desastre en la zona oeste del término cartagenero y hay que disponerse a hacer un plan para intentar lavar la cara al resto de pueblos, conservando fachadas, incentivando la recuperación de otras, embelleciendo las calles y las plazas y no llenarlas de losa, arrasando los árboles, o sembrarlas de tubos metálicos. La estética es fundamental para hacer los pueblos más habitables y para atraer el turismo y no las ganas de salir corriendo con algunos desmanes que parecen propios del concurso 'más feo todavía'.