La norma deriva de la necesidad de organización y protección de los derechos, debe solucionar los posibles conflictos entre ciudadanos, debe ser objetiva y alcanzar aquello para lo que fue concebida. Mientras no se cambie la norma, vía procedimientos legales, su cumplimiento es obligatorio.

La protección del patrimonio es un deber y una obligación; un vehemente amor por nuestra herencia, el ardoroso deseo de adquisición de prestigio, o el simple e ingenuo voluntarismo, no es suficiente. Para conservar nuestro patrimonio debemos implementar las herramientas necesarias que consigan su conservación. La primera herramienta que debemos obtener es el conocimiento, único medio para poder ser coherente, ya que, como decía John Travolta en Primary colors, «cualquier idiota puede quemar un granero», cosa muy diferente es construir, ya que para ello es necesario una sólida cimentación.

Una vez que tengamos las cosas claras es el momento de emplear la segunda herramienta necesaria para conseguir nuestros objetivos, que no es otra que una fuente de financiación estable y suficiente que permita, de manera continuada, cubrir los gastos derivados de la aplicación de la teoría basada en la norma. El problema es que, a pesar de todo, la cultura y el patrimonio siguen siendo considerados como un bien de lujo, no como una industria creadora de riqueza.

Pero aunque contemos con una acertada propuesta y una financiación adecuada, aún no estará completa la ecuación. Para obtener un exitoso resultado que cumpla con todos los parámetros de la conservación, es imprescindible una continua supervisión del desarrollo de la intervención. Adaptar la teoría a la práctica en cada situación es la mejor de las opciones, evitando la desviación y su necesaria retirada, optimizando los recursos y cumpliendo la planificación temporal.

Evidentemente, una vez terminada la intervención es necesario un permanente trabajo de seguimiento que detecte la degradación habitual de cualquier elemento de carácter material, ya que la temprana localización de alguna tara y su correspondiente corrección, protege nuestros bienes del paso del tiempo. Es por esto que las actuaciones no se detienen con la finalización de la intervención de conservación, se debe prolongar en el tiempo. Abandonar la obra una vez acabado el tratamiento es una causa de la aceleración de degradación y pérdida. Por tanto en el proyecto de financiación es imprescindible reservar una partida que asegure los fondos necesarios para asegurar la vigilancia y la realización de pequeñas reparaciones.

La mejor manera de asegurar los recursos necesarios es la creación de entidades estables económicamente y en el tiempo, como sucede con el Patronato de la Alambra, que apuesten por la consolidación de centros de intervención constituidos por talleres tradicionales de restauración, ampliados y mejorados, una mayor especialización de las intervenciones que fomenten la experimentación e innovación científico-técnica en el marco de las políticas integradas de investigación y desarrollo de la sociedad del conocimiento. No obstante, estas organizaciones deben presentar un carácter abierto respecto a posibles y necesarias subdivisiones futuras. Tanto el laboratorio como los distintos talleres de trabajo propuestos, deben contar con los medios materiales suficientes y la infraestructura necesaria que garantice el desarrollo seguro de las labores de restauración, seguimiento, aprendizaje e investigación.