yer domingo, 4 de septiembre, fue un hermoso día en el que la Iglesia Católica se vistió de gala para festejar la canonización de la Madre Teresa de Calcuta, llevada a cabo por el Papa Francisco I en la plaza de San Pedro de la Ciudad del Vaticano y que, dicho sea de paso, se quedó algo pequeña para albergar a las más de 600.000 personas que, llegados desde todos los rincones del mundo, asistieron a la ceremonia.

Agnes Gonxha Bojaxhiu, el verdadero nombre de la Madre Teresa, nació en Skopje, la capital de lo que hoy es la República de Macedonia, en el año 1910. La vocación misionera le llegó muy joven, a los doce años, cuando pasó a formar parte de la Congregación Mariana de las Hijas de María con el fin de ayudar a los más necesitados. A los dieciocho años se trasladó a Dublín, para ingresar en la Congregación de Nuestra Señora de Loreto, pero ella quería se misionera en la India y, sin dudarlo, se marchó a Bengala donde estudió magisterio. Nada más hacer sus votos, pasó a llamarse Teresa y partió para Calcuta, la ciudad que marcaría ya toda su vida; allí, ejerció como maestra en la St. Mary's High School durante veinte años, pero la miseria que veía a diario por las calles, la llevó a solicitar a Pío XII la licencia para abandonar la orden y entregarse por completo a la causa de los más necesitados. A partir de ahí, ella misma marcó su objetivo en la vida: «Quiero llevar el amor de Dios a los pobres más pobres; quiero demostrarles que Dios ama el mundo y que les ama a ellos».

En 1950, Teresa adoptó también la nacionalidad india y fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad, que encontraría muchos obstáculos antes de ser plenamente reconocida por Pablo VI en 1965. Trabajadora incansable en su persistente lucha por ayudar a «los pobres más pobres», su imagen fue creciendo cada vez más y con su delicado aspecto y su humildad, llegaría a ser la voz de la conciencia de muchos en el último cuarto del siglo XX; así, en el año 1979 le fue otorgado el premio Nobel de la Paz.

La Madre Teresa, tras una larga agonía, dejaba este mundo en su ciudad de Calcuta, hace casi veinte años (1997), cuando las Misioneras de la Caridad contaban ya con más de quinientos centros distribuidos por más de un centenar de países. Para muchos católicos, la Madre Teresa era ya una santa en vida y el Papa Juan Pablo II, coincidiendo con la conmemoración de sus bodas de plata como pontífice (2003), no dudó en beatificarla, aunque fuera en el proceso canónico más rápido de la iglesia católica hasta la fecha.

Así pues, Santa Teresa de Calcuta, uno de los iconos religiosos más importantes del pasado siglo XX, diecinueve años después de su muerte, es un claro ejemplo de que la santidad aún puede tener cabida en estos tiempos de redes sociales y en un mundo completamente globalizado. Esperemos que rece por nosotros desde el cielo.