¡Dependientes! Es un deber nuestro el vender y propagar con preferencia los artículos de las casas que se anuncian en nuestro boletín». Este texto se podía leer en el interior de la revista El Dependiente de Comercio, cuyo primer número salió en mayo de 1926 como órgano de la Sociedad de Dependientes del Comercio, Industria y Banca de Cartagena. Se trataba de dar voz a los dependientes y trabajadores locales, informarles de todas aquellas materias que pudieran ser interesantes para su cultura y formación e intentar que se asociaran para tener más fuerza en sus reivindicaciones.

Para ello la Federación de Dependientes de Cartagena, de la que muy pronto empezó a depender la revista, no dudó en impulsar la creación de una biblioteca que fue posible gracias a donaciones particulares. Otro punto fuerte en la Federación lo constituyeron las clases gratuitas de aritmética, gramática, contabilidad, francés y mecanografía que se impartían a sus asociados. Como bien decía la directiva en uno de los números de la revista refiriéndose a los trabajadores, «cuanto mayor sea su saber, más fácil y asequible encontrará el camino que ha de conducirle al triunfo de sus aspiraciones».

Centrándonos en la publicación hay que decir que durante sus cuatro años de existencia contó con ilustres colaboradores como las escritoras cartageneras Carmen Conde y Dolores Bas, los literatos Esteban Satorres y Óscar Nevado o el poeta y comerciante Orencio Bernal. De este último, dado que regentaba un negocio de artículos de loza en la esquina de la calle San Francisco con la plaza de San Ginés, se hizo famosa la frase: «Orencio Bernal, que lo mismo te hace un verso que te vende un orinal».

Hablando de los colaboradores no puedo dejar de citar el texto en el que la revista se exculpaba de cualquier responsabilidad y que decía así: «No se devuelven los originales ni sobre ellos se entablará discusión ni correspondencia, publicándose solamente aquellos que firmados por sus autores sean aprobados por la dirección, pero siempre bajo la absoluta responsabilidad de los firmantes». De las secciones que formaban parte de la revista había una que incluía consejos para los dependientes, y otra que era una bolsa de trabajo donde se podían ver empleos vacantes y aspirantes a conseguirlo.

En 1928 cambió su denominación, pasando a llamarse simplemente El Dependiente, y también lo hizo su portada fija que fue realizada por un entonces joven pintor cartagenero Nicomedes Gómez, que todavía no había alcanzado el estrellato. Pero evidentemente nada de esto habría sido posible sin el apoyo de los comerciantes cartageneros que ayudaron a costear la revista a cambio de ver publicitados sus negocios en ella. Y porque me consta que a los lectores de esta sección les gusta recordarlos, enumeraré algunos y entre ellos uno que noventa años después aún permanece abierto. Del gremio textil, Viñas y Navarro, Hinojal, Faura, Nadales, Camisería Romero; del sector hostelero, el Excelsior, Bar Sol, Bar San Miguel, Juan Pérez Meroño de la Bodega Lizana; y ya en general, el Garaje Huertas, la confitería Cañizares, la carnicería de Marcelino Conesa, la joyería Muñoz y Belmonte o las ferreterías de Zacarías, Gil Moya y el Candado de Bronce. Todos ellos clásicos del rico tejido comercial que hubo en nuestra ciudad y que gracias a El Dependiente de Comercio pudieron aumentar sus ventas y lograr la prosperidad de sus negocios.

A la memoria de mi cuñada Alicia Cros, toda una vida dedicada a la publicidad.