El verano va tocando a su fin y muchos cartageneros y murcianos preparan ya las maletas para regresar a la ciudad tras una sufrida temporada en nuestro Mar Menor, acompañados de suegras, hermanas y cuñados, que es como uno aprende a ´disfrutar´ de la familia. Pero dentro de unas semanas, cuando queden atrás los sonidos del verano, no deberíamos olvidar los profundos lamentos de nuestra laguna; hay que seguir denunciando su estado y reclamar a las administraciones que trabajen para revertir su situación, y no para la galería.

La explotación de la laguna supone el 10% del PIB regional y esta importante cifra, que tanto empleo crea en el sector servicios cada verano, no se mantendrá de seguir así; el turista del Mar Menor, que se sepa, de tonto no tiene un pelo. Por otro lado, hace un año, la administración regional anunciaba a bombo y platillo que la laguna dispondría (hasta 2020) de 45 millones de euros comunitarios, como Iniciativa Territorial Integrada (ITI), para inversiones que la convirtieran en un referente turístico sostenible; pero doce meses después, a la vista de que ya somos todo un ´referente´ en abusar del ecosistema, habrá que preguntar€ ¿dónde están esos cuartos?

Todos sabemos que la extrema turbidez de sus aguas, inédita hasta este año, es debida al vertido de aguas residuales de la desalación y drenaje del Campo de Cartagena, por la rambla del Albujón, y a los vertidos agrícolas de las zonas limítrofes, ricos en fosfatos. Además, los lodos llegados a sus playas tras las lluvias del otoño, unidos a tanto espigón, que impide la libre circulación de las corrientes marinas, y a un largo etcétera, agravan su estado y evidencian que el Mar Menor está gravemente herido.

Dejando a un lado la nula gestión de la laguna salada durante décadas, y los abusos agrícolas, habrá que convenir que parte de la culpa es nuestra, es decir, de todos los cartageneros y murcianos que no atendimos a esas voces de alarma que clamaron con la aparición de las medusas, a mediados los ochenta; o posteriormente tras la proliferación de algas, llegados los noventa. Durante años hemos mirado para otro lado cuando algunos denunciaban los vertidos, y no exigimos a las administraciones un plan integral que gestionase este paraje natural único en el mundo, al que de señero va quedando poco.

Lejos quedan esos tiempos en los que miles de caballitos de mar, con su característica trompa y su cola prensil, deambulaban a sus anchas por una trasparente laguna; y en los que unos pececillos, que familiarmente llamábamos ´zorros´, se dejaban atrapar en unos ladrillos del siete dispuestos al efecto. Recuerdo incluso que la capa de sal que se pegaba a tu piel, cuando salías del agua, era tan densa que se conformaban unos amplios rodales de color blanquecino sobre la misma, un tanto incómodos por cierto.

Nuestra laguna parece clamar hoy, a los cuatro vientos y con insistencia, ¡no me olvidéis!€ así pues, no lo hagamos.