Hoy lunes toda España está de fiesta, incluso el presidente del Gobierno en funciones Mariano Rajoy, dado que desde el siglo VII la Iglesia católica de occidente celebra la Asunción de la Virgen María. Es decir, su ascenso a los cielos en cuerpo y alma.

Así pues, el tradicional puente veraniego nos brinda unas horas más de asueto. A título particular, como el baño en Los Nietos a día de hoy es toda una aventura y los Juegos Olímpicos se celebran a indignas horas de la madrugada, en esos raticos de ocio matutinos no he tenido más remedio que lanzarme a cazar algunos Pokémon por la playa, aunque sin éxito. Al parecer, incluso estos muñecos virtuales han decidido veranear en otro lugar distinto al Mar Menor.

Así pues, con el calorcico, lo más refrescante puede que sea navegar por Internet, a la sombra, cosa que entraña pocos riesgos y en algún caso resulta ilustrativo. Ayer por ejemplo, me enteré de que el término siesta, como casi todo, proviene de la Antigua Roma donde la hora sexta se correspondía con la mitad del día, y con el periodo más caluroso en verano. Por ello, los siempre inteligentes romanos la eligieron para llevar a cabo una pausa, tras sus obligaciones matinales, al objeto de descansar.

Pero más tarde (siglo VI) sería San Benito, un abad benedictino declarado por Pablo VI patrón de Europa, quien en su ya célebre Regla Benedictina destinada a los monjes -un compendio con hasta 73 normas-, especificaría lo siguiente en la número XLVIII para el periodo comprendido entre Pascua y las calendas de octubre: «Después de sexta, al levantarse de la mesa, descansarán en sus lechos con un silencio absoluto, o, si alguien desea leer particularmente, hágalo para sí solo, de manera que no moleste».

Es obvio que esta forma de proceder trascendió más allá de los muros de los monasterios y que el pueblo llano, que de tonto no tiene un pelo aunque el socialista Pedro Sánchez crea lo contrario, se apuntó a tan venerable hábito bajo el nombre de siesta.

Cierto es que el abad nunca dejó claro el tiempo que los monjes debían dedicarle, pero en Cartagena convenimos en llamarla siestecica, seguramente, para ceñirnos todo lo posible al espíritu de la Regla. Al fin y al cabo, una cosa es quedarse traspuesto en el sofá 20 minutos; y otra muy diferente echarse a la espalda una de esas siestas, de pijama y orinal, que tanto defendía el desaparecido escritor Camilo José Cela.

De todas formas, este asunto de la siesta debe de tener unos orígenes muchísimo más antiguos, sobre todo, en las zonas del globo en las que el protagonista fuera el sofocante calor y abundara la comida.

En todo caso, los españoles hace mucho que nos adueñamos del concepto e incluso lo exportamos como producto 'made in Spain', aunque el mundo anglosajón sea tan torpe que no haya comprendido aún los enormes beneficios, para la salud, de este bendito hábito.