Cruzar la frontera desde Croacia hacia Serbia cuesta con suerte algo más de tres horas en las que los cuatro kilómetros recorridos dan para intuir que la valla que les separa es aún demasiado alta. Y eso siempre que cuando estés a punto de llegar y a la vista de los garitos de aduana no se te ocurra salir al tentador arcén para adelantar un par de puestos a los vehículos que te preceden, porque entonces, y de inmediato, un policía croata te hará parar. No te multará, no te volverá a colocar en el lugar que dejaste aleccionándote de que no está bien saltarse las normas y avasallar al vecino, simplemente te abrirá un hueco y te forzará a dar la vuelta para tomar el carril contrario que te conducirá al punto de partida y te obligará a recorrer de nuevo los cuatro kilómetros en las próximas tres horas... Eso sí, esta vez, con menos ánimo para saltarte las normas en este territorio con tanto conflicto en permanente herencia.

Entretanto y mientras observas la condena y la penitencia que inevitablemente tendrá que cumplir quien te precedía sólo unos metros y por su ambición de ocupar el puesto que no le correspondía, no puedes evitar pensar que hace unos pocos años aquello debía ser algún campo de cultivo y que esa frontera, como otras tantas, no existía.

Enseguida y unos kilómetros más adelante, en cualquier plaza pública, contemplarás con horror las fotos que recuerdan el conflicto y el cartel que informa que las fuerzas armadas de la República de Croacia eliminaron a 2.313 serbios. Me temo que sustituir el nombre de los países no cambiaría en mucho la realidad. Ellos no hablan de la guerra, hablan de las guerras en plural, como si hubieran sido muchas, como si estuvieran por todas partes y como si los malos siempre fueran los otros, da igual desde donde mires. Te contarán que todo fue culpa de la OTAN, o de los croatas, o de los serbios, o de Milosevic y que el verdadero héroe era el mariscal Tito, que con él, no había guerras....

Y mientras les observas intentas adivinar su edad para buscar en sus ojos el reflejo de la masacre, de los refugiados o de los muertos, porque a poco que tengan más de 30 ó 35 años han vivido la destrucción entre iguales. Y caes, inevitablemente, en la cuenta del privilegio que nos otorga disponer de libre circulación, de no tener que cambiar moneda o padecer los inconvenientes que siempre generan las barreras; y un salto mental te otorga en caída libre el vértigo suficiente para no permitirte imaginar que esa antesala pueda ser alimentada.

La frontera siempre es el problema, nunca es la solución y lo que nos separa no puede ser mejor que lo que nos une. No sé bien cómo se puede llegar a un conflicto que deja miles de muertos, pero intuyo que empieza siempre en una mesa, en esa en la que no nos ponemos de acuerdo, en la que no somos capaces de formar un gobierno para todos, en la que voceamos y amplificamos lo que genera las diferencias y callamos lo que nos une... Y uno, torpe y probablemente desinformado, acaba concluyendo que todos estamos igual de expuestos a las masacres porque todos partimos del mismo escenario: hombres y mujeres incapaces de controlar su propio orgullo.

Te acaban explicando que entre la gente realmente no hay problemas, pero que los políticos siguen sin entenderse. Y de eso, de no entenderse, sabemos en nuestro país, en nuestra comunidad, en nuestra ciudad. ¿De verdad alguno de ustedes tiene la sensación de que uno solo de estos políticos nuestros, locales, regionales o nacionales son más listos que nosotros mismos? Si la respuesta es no, estamos verdaderamente jodidos.