En las noches de acampada, cuando llegaba la hora de contar historias de miedo, yo siempre recurría a las leyendas que mi padre me ha contado desde niño. Años antes, en aquellas veladas sin televisión en San Ginés de la Jara, mis padres habían escuchado muchos relatos fantásticos de hechos que se decía habían acaecido en el entorno del monasterio y de las ermitas del Monte Miral. Algunas de esas historias, no sólo eran totalmente verídicas, sino que le sucedieron a él mismo, o a mi madre, aunque ella prefiere no sacar el tema.

De mentalidad racionalista, he de reconocer que soy bastante descreído ante ciertos relatos a los que, sin embargo, soy aficionado por mi vocación literaria y cinéfila. Así que voy a aprovechar estos días veraniegos, previos a la celebración del día del patrón de Cartagena, para recordar algunas de estas historias. Muchas de ellas nos recuerdan a las que se cuentan en otros lugares de España o del mundo. Hay en la tradición oral toda una serie de lugares comunes, pero no olvido que hasta la Ciencia reconoce que la verdad, muchas veces, como el tiempo y el espacio, es relativa. Así que voy a contarles en los próximos días algunas de estas narraciones que se sitúan en un entorno que se ha considerado especial y casi mágico.

El monasterio, al pie del Cabezo de San Ginés donde está la cueva Victoria, con más de un millón de años, está construido en una zona llena de restos íberos y romanos. Parte de sus muros corresponden a una impresionante torre árabe que aún conserva tres pisos abovedados, el más profundo de ellos, el que era el aljibe, fue usado después como cripta. Se sabe que hubo ermitaños en el monte y que uno de ellos fue un personaje singular, que la tradición llama Ginés y cuya personalidad y origen está nublado por la leyenda, pero que la tradición lo ha hecho Santo y digno de peregrinaciones venidas de toda España y de Europa, en lo que podría haber sido una ruta tan importante como la jacobea.

Por aquí pasaron los monjes agustinos y los franciscanos, así como grandes personalidades y hasta reyes como Alfonso X el Sabio, se ocuparon de este convento. Después de 1836, con la desamortización de Mendizábal, comienza el desastre para el monasterio. El que hizo la ley, hizo la trampa y el convento quedó en manos de los políticos poderosos y familias de siempre, que no supieron estar a la altura de las circunstancias de poseer un patrimonio tan singular en el Mediterráneo y con tan grande importancia para la historia y la identidad del Campo de Cartagena.

Siempre me ha gustado aquello de «enseñar deleitando» que se atribuye a Horacio, así que, si bien no sea mucho lo que en estas líneas un servidor pueda enseñar, dado lo menguado del espacio y que uno, al fin de cuentas, solo es un enamorado de un lugar en el que tuvo el privilegio de haber nacido, al menos voy a intentar entretenerte un poco, querido lector, con retazos de las apasionantes historias de San Ginés de la Jara.

Como ya me queda poco espacio, dejaré para el próximo día la historia de la gigante serpiente del monasterio, y no me refiero, en sentido figurado, a la serpiente de verano que aparece cada año en los medios, que nos anuncian la inminente restauración de estos santos lugares, noticias que llenan de esperanza a mi corazón fervoroso, pero que mi mente prudente hace que no salte de alegría por tener las fuerzas cada día más mermadas después de tanto hacerlo. No es que yo sea un Santo Tomás, y que mientras no lo vea no lo crea, pero habrá que esperar a ver si termina el proyecto, se inician las obras, se culminan, se hacen bien, son completas y se pone en valor con una utilidad universitaria, cultural, turística, hostelera, etc. «Largo me lo fiáis amigo Sancho», dijo el caballero. Continuará.