Siempre que recorro tierras francesas me sucede lo mismo, es una especie de pensamiento recurrente para la generación a la que pertenezco, -sólo por accidente cronológico y sin mérito alguno-, que no le quedó otra que correr delante de la Policía por cuestiones de ideas, pasar miedo cuando se cruzaba con una capa verde precedida de un tricornio o reconocer en la distancia lo que es y significó el espíritu de la transición... Incluso tener que cocinar en nuestros adentros cómo se lleva eso de que los diputados franquistas se hicieran el harakiri para dar paso a lo que inició el proceso de lo que hoy somos y tenemos.

La época no dejaba opción y parece inevitable cruzar la frontera y no pensar en Colliure venerando los restos de Machado o en el Cambestany del exilio de Nicomedes Gómez, masón, martinista, rosacruz y tan cartagenero que, viviendo y muriendo fuera, donó parte de su obra al pueblo de Cartagena y hoy seguramente debe de seguir esquinada en algún sótano desde su muerte en 1983, esperando a que alguna corporación municipal sea capaz de darle la visibilidad que merece o ponerla en valor, que se dice ahora. Y es que, a aquella gente los dirigía Voltaire desde el más allá con lo de ´no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo´ y fueron exponente de los que no tenían problema en dar su vida y su obra por sus ideas.

Sin embargo, el tiempo también acaba deteriorando el ADN que origina los principios hasta que nada acaba siendo lo que parece y el círculo vuelve a cerrarse situándonos inevitablemente en nuevos puntos de partida que a mí me recuerdan lamentablemente otras épocas.

Brassens, padre de la trova anarquista francesa del siglo XX, lo dejó escrito magistralmente, y luego Paco Ibáñez, otro exiliado, le puso la traducción en París para que todos, desde aquí, lo entendiéramos bien claro: «En mi pueblo pues / no hay mayor pecado / que el de no seguir / al abanderado»... Y ese sigue siendo el pecado capital de mi gente.

Sólo hay que echar un vistazo a la política nacional para comprender que seguirán convocando elecciones hasta que digamos exactamente lo que ellos quieren que digamos: que la democracia no garantiza nada más que ser el menos malo de los sistemas, que el pueblo tendrá que doblegarse ante estas dictaduras homologadas y votar lo que decreten sin decirlo, incluso negándolo, pero todos sabemos leer entre las líneas de la desesperación que nadie renunciara a nada para que otro pueda hacer valer lo suyo y lo de los que representa.

Pero no se preocupen que como es arriba es abajo, y aquí, en mi ciudad, más de lo mismo. O conmigo o contra mí. Y a todos los que me han retorcido en las redes, y en lo que no lo son, por mi artículo de opinión de la semana pasada decirles que gracias por tantas lecturas. Que sí, que nací en el castizo barrio de San Antón, que para ser cartagenero no hace falta llevar el gen del odio murciano dentro, que no soy el traidor porque nunca juré fidelidad a nada ni a nadie, que no me paga el PP -ni siquiera el de Barreiro-, que no entiendo lo del sesgo mediático o línea editorial impuesta, que no veo el ejército de mercenarios, que el ´si no mía de nadie´ no es bueno para la libertad y para el respeto, que también voy a Albacete a coger el AVE porque no llega ni a Murcia ni a Cartagena, que no vomito parrafadas, que sólo escribo lo poco o nada que gestiono desde el espíritu que mis mayores y la época me inculcaron, y que, naturalmente, seguiré siendo menos beligerante que Espinete, así que podéis matar al mensajero, pero la realidad no cambia por eso y aún menos el mensaje.