Permítanme que comience con un recuerdo a un rejoneador que tanto hizo por Cartagena en favor de la Casa Cuna para dar cobijo a tantos niños huérfanos y abandonados en la guerra y postguerra, cuando realmente se pasaban calamidades en Cartagena y, como siempre ocurre, la peor parte se las llevaron los niños. En aquel tiempo, un diestro con un corazón inmenso llamado Juan García Jiménez ´Mondeño´ arrastraba a un grupo de toreros de primerísima línea y a un rejoneador espectacular que estaba presto a su llamada, ilusionado con los niños de la ciudad departamental, por los que sentía un inmenso cariño.

Las monjitas, que aún hoy siguen con esa labor tan importante, mantienen vivo el recuerdo conservando en el centro, intacta, la habitación donde los toreros se cambiaban para ir a la plaza. En aquel lugar de regocijo los diestros compartían conversaciones durante unas horas con los niños que después, por la tarde, y en enganches de caballos pisando el albero de nuestra Plaza de Toros, saludaban a los tendidos. Aún hoy quedan personas con más de sesenta años que recuerdan con ilusión cómo gracias a las monjas y a la generosidad de los toreros hoy tienen una vida digna que comparten con sus hijos y nietos sin olvidar sus raíces.

Así era y es el comportamiento de estos lidiadores que ponen en riesgo su vida por ayudar a los demás. En la actualidad hay algunos desalmados que les llaman bárbaros. Bien, pues este rejoneador jerezano, primerísima figura como ganadero de toros bravos y de caballos de pura raza, nos ha dejado. Pero en su marcha se lleva el reconocimiento y cariño de toda la ciudad de Cartagena por aquella labor desinteresada en favor de nuestros niños. D.E.P. Fermín Bohórquez Escribano.

Y volviendo a los apuntes de Miguel Cabanellas, este nos cuenta que en 1876, siendo empresario José Vidal Molera, ocurrió un hecho insólito en el ruedo de la Plaza de Toros. Durante la celebración de la corrida mojiganga ´Las fraguas de Vulcano´ un novillo debía haber sido muerto por medio de la ´chispa fulminante´ y cuál sería la sorpresa del respetable, que, creyendo muerto al toro, éste se levantó a punto de ser arrastrado y Pañero -que así se llamaba el astado- emprendió una carrera fantástica atravesando la plaza del hospital saliendo por la muralla hasta las puertas de San José, arrojándose por uno de los baluartes que coronaban nuestras famosas Puertas frente a la fábrica del gas y precipitándose al vacío encontró la muerte este ´muerto vivo´.

La próxima semana seguiremos contándoles breves historias taurinas de Cartagena.

Feliz verano€. ¡Qué Dios reparte suerte!