Que en pleno siglo XXI todavía sea noticia morbosa o motivo de escándalo que un personaje conocido se desnude en una publicación, que una autoridad municipal permita el nudismo en una piscina pública, o que un obra artística utilice el desnudo, parece retrotraernos a tiempos anteriores al arte de la Grecia clásica, por no decir a tiempos prehistóricos anteriores a la Venus de Willendorf. Cuenta la narración bíblica que Adán y Eva eran felices en comunión con la naturaleza y no se avergonzaron de su vida naturista hasta que no vino el diablo que, en forma de serpiente, les afeó su desnudez. Por eso, desde tiempo inmemorial no ha faltado en la cultura el sueño de volver al paraíso perdido, donde el cuerpo no es malo («y vió Dios que era bueno»), frente a las religiones que se han dejado llevar por la lengua viperina de la hipocresía y el temor, tachando de lascivo, pecaminoso, y asqueroso, lo que debería ser normal y hermoso. Hoy proclamamos la superioridad de la cultura occidental y nuestros valores democráticos, laicos y nuestra trayectoria desde los años 60, de liberación de las costumbres y de la mujer. Hoy vemos de manera positiva el dominio sobre el propio cuerpo frente a las imposiciones de formas caducas que nos han sojuzgado durante tantos siglos las inquisiciones. Solemos criticar a las sociedades y religiones que, anacrónicamente, siguen imponiendo la ocultación y el dominio sobre el cuerpo, especialmente el de la mujer. Un ejemplo evidente es la actual polémica sobre lo que es cultural y lo que es dominio inaceptable sobre la mujer en el uso obligatorio del velo, o burka en una parte de nuestras conciudadanas que pertenecen a otras religiones.

Pareciera que en nuestra sociedad nos hemos liberado de la serpiente. Tenemos estupendas playas nudistas Hemos ido a ver obras de teatro donde los actores aparecen desnudos durante todo el tiempo. Nos ha parecido hermosa una exposición de fotografía de desnudos, y ni mi abuela se escandaliza de un cuadro de Dalí en el que aparece Gala desnuda? Pero la mentalidad puritana, siempre vuelve a darnos un zarpazo con su hipocresía, su mente sucia, sus prejuicios, sus prohibiciones y su intento de censura. Perdura en algunos sectores la utilización pseudoreligiosa de un pecado que se denuncia mientras se ocultan otros, y no falta la utilización política de la crítica al desnudo en libertad de las gentes o en el arte. En alguna de las ocasiones en las que he ido a hablar a un colegio sobre arte o sobre mi obra, y entre lo proyectado ha aparecido un desnudo, aparecen ciertas risas entre los adolescentes o una frase del tipo de «qué cochinos» en los niños. Esto demuestra que todavía hay quienes siguen inculcando eso de «tápate marrana» en lugar de educar en la naturalidad del cuerpo humano. No es lo mismo desnudo que sexo, ni mucho menos es igual desnudo que pornografía.

La mujer lo tiene peor. Nuestra sociedad aún patriarcal les obliga a taparse en público partes del cuerpo que se ve natural que los hombres muestren, mientras en privado se promueve un tremendo negocio con su exhibición. Es anacrónico que se pueda enseñar un pezón de un hombre en facebook y se censure el de una mujer, incluso algo tan hermoso como una mujer dando pecho a un niño es un acto cada vez más prohibido en público. Creo que la clave está en la educación, como siempre, y en la libertad. El cuerpo humano, natural, bien formado o con michelines, arrugas o sus kilos de más, no es feo y no debemos de obligar a ocultarlo. El cuerpo de la mujer no debe someterse a ningún tipo de abuso, control, explotación o prohibición. Como los hombres lo tenemos más fácil para ir sin camisa y sin pudor, por mucha barriga que tengamos. Me alegra que haya artistas que usen su cuerpo para transmitir mensajes o mostrar la belleza del cuerpo real, natural, variable, frágil y efímera. Admiro a esas mujeres que hacen topless en el Mar Menor, aunque las vean las vecinas que las puedan criticar, o esas otras que sin ser modelos ni veinteañeras, deciden hacerse unas fotos en bueno, para regalarle un reportaje a su pareja o porque ellas lo valen. A esas las amo. Basta de mojigatería.