Aunque presumimos de ello, cada día es más evidente que no está demostrada la inteligencia superior del género humano ni nuestro liderazgo en el reino animal. Todavía nos queda mucho que aprender sobre nosotros mismos y tenemos demasiados prejuicios sobre el resto de seres vivos. Las hienas, sin ir más lejos, aunque son parientes de los perros, mucho mejor considerados por su belleza e inteligencia, son, para nosotros, unos seres rastreros, feos, sucios, roñosos, cobardes, traicioneros, malvados y despreciables. En realidad depositamos en ellas el miedo a lo peor de nosotros, pero es harto absurdo clasificar a los animales en bellos y feos, buenos y malos, tiernos o repelentes.

De hecho, nos dicen los entendidos que las autoras de esas risas que nos ponían tan nerviosos en los dibujos animados, son, en realidad, unos animales limpios e inteligentes, muy benefactores para el equilibrio y la limpieza del ecosistema (algo de lo que tal vez no podríamos presumir nosotros). Nuestra relación con las hienas, más allá de que nos puedan servir como espejo, viene desde su presencia en la Cueva Victoria, en el Monte Miral o Cabezo de San Ginés de la Jara, sin lugar a dudas, la zona cero de la civilización en la Comarca del Campo de Cartagena, con restos tan antiguos como los de la Cueva de Orce y mucho más que los yacimientos de Atapuerca.

Tenemos aquí, junto a nuestro convento medieval y a los refugios de los ermitaños que se asoman al Mar Menor, un verdadero arca del tiempo gracias al apetito carroñero de las hienas y a esta singular cueva cárstica que fue la primera parada de la corriente de vida animal y de los homínidos que venían, como siempre empujando, desde África. Hace varios años se realizaron unas visitas guiadas por el profesor de la Universidad de Barcelona Luis Gibert, que ha continuado las excavaciones de su padre José Gibert en la Cueva Victoria. Cientos de ciudadanos de la Región quedamos maravillados de este lugar lleno de huesos, como tesoros archivados para que miles de años después, podamos ir conociendo la evolución de nuestro territorio, mucho antes de que existiese la historia y cuando nuestros antecesores eran un poco más simios que ahora.

Es apasionante tener un lugar, como El ministerio del tiempo, donde puedes ir descendiendo por galerías y encontrarte con elefantes, rinocerontes, grandes osos y felinos, cérvidos gigantes, caballos y otros muchos animales de origen africano y que entonces, pastaban o cazaban por nuestros campos. El Mediterráneo, entonces, sí que era un lugar de confluencia y no de separación. Miles de años después vinieron los barcos comerciales, los barcos de guerra, los barcos de piratas, las pateras? pero en aquél entonces hubo una senda que unía a todos los mundos y pasaba por aquí. Esto era la puerta de Europa.

La formación de la espectacular Cueva Victoria es apasionante. Consta de seis grandes salas a las que hay que sumar más de tres kilómetros de galerías, muchas de ellas de difícil acceso y otras aún no exploradas. Primero las aguas la fueron conformando, disolviendo los materiales más blandos, luego fue habitada por las hienas y otros animales y, poco a poco, se fue colmatando, atrapando los huesos de miles de especies que allí cayeron, se alojaron o fueron sirviendo de manjar para nuestras amigas, y después, en el siglo pasado, la minería volvió a excavar la cueva, extrayendo el mineral y quedando a la vista el testigo óseo de tanta vida y tanta muerte. De entre tantos restos de tantos animales, destacan significativos restos de los primeros homínidos: un diente incisivo y una segunda falange del quinto dedo de la mano derecha, que viene a ser algo así como una porción del dedo de Dios que dibujara Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Sin duda, la Cueva Victoria es nuestra ancestral capilla en un monte tan mágico, mítico y con connotaciones religiosas para todas las civilizaciones que por aquí han pasado, como es el Monte Miral.