Siempre se ha dicho que en martes ni te cases ni te embarques, pero aquí me tienen a mí, todas las semanas, con el aguica de mi aljibe que yo, cada loco con su tema, voy sacando con un pozal para la concurrencia. A menudo me dicen que siempre me llevo el agua a mi molino o al entorno del Mare Nostrum, pero qué le voy a hacer si nací en el Campo de Cartagena, convento de San Ginés, para más señas. Lo que no me podrán decir es que navego entre dos aguas, ni aunque me vea con el agua al cuello.

En todo caso, aunque en boca cerrada no entran moscas, como ha habido re-elecciones, voy a escribir unas palabricas, así que a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga porque la ocasión la pintan calva.

Por más que la laves, la cerda vuelve a revolcarse en el fango, que se parece mucho a eso del fin de todas las utopías y al más de lo mismo. Lo cierto es que muchos han ido a por lana y han vuelto trasquilaos: esa es la madre del cordero, y ahora toca que cada palo aguante su vela. Como bicho malo nunca muere, pues de nuevo estamos con las mismas (a buen entendedor pocas palabras bastan). No hay más tu tía, pero para este viaje no necesitábamos tales alforjas, la verdad.

Ya en la noche del recuento me daba cuenta que nuestros conciudadanos se han dejado llevar por aquella máxima de madrecita que me quede como estaba, porque más vale malo conocido que bueno por conocer y toda esa serie de pensamientos populares de que el pez grande se come al chico, más vale pajarraco en mano que ciento volando y, a mala cama, colchón de vino. ¡Viva el vino!

Nada nuevo bajo el sol, pero donde una puerta se cierra otra se abre. A ver si por lo menos tenemos Gobierno, que no hay mal que por bien no venga. La semana ya había empezado bonica con nuestros amigos ingleses (cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar), así que no vamos nosotros a ahogarnos en un vaso de agua, que no hay mal que cien años dure y mal de muchos consuelo de tontos. Vamos a aguantar un poco más, que quien bien te quiere te hará llorar. Hemos de entender que estamos en el buen camino y no es tan fiero el león como lo pintan, y se hace ligera la carga que se sabe llevar bien. Pues sí, la esperanza es lo último que se pierde.

Es cierto que la culpa es siempre de los otros y que entre todos la mataron y ella sola se murió, pero nos toca apechugar con lo que tenemos: hay lo que hay, se nos olvidó aquello de que el que al cielo escupe, en la cara le cae. Vosotros me diréis que a perro flaco todo son pulgas y que de aquellos polvos vienen estos lodos, pero no hemos de olvidar que Dios aprieta pero no ahoga y después de la tempestad siempre viene la calma.

Nuestro gozo en un pozo, se terminó la campaña y las palabras se las lleva el viento, que no es lo mismo predicar que dar trigo, así que ahora nos toca estar siempre encima, que quien no llora no mama y los mandamases, como la cabra, siempre tiran al monte (de suiza o de Andorra).

Allá van sus leyes, donde quieren reyes, y Dios los cría y los poderosos se juntan. No es mi intención mentar la soga en la casa del ahorcado y menos de intentar comprender lo que se parece mucho al vivan las cadenas, porque quien calla otorga. Cuando todos los políticos fueron saliendo al balcón, pensé que a lo hecho pecho y recordé aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces y lo de que nada es verdad ni es mentira sino que depende con el cristal que se mira.

Así que al pan, pan y al vino, vino: Quien nace lechón, muere cochino. No nos queda otra que atarnos los machos. A camino largo, paso corto, que no se ganó Zamora en una hora. Como dijo aquél: el inmovilismo está en marcha y ya no hay quien lo detenga. Sin embargo, la paciencia es un árbol de raíz amarga, pero de frutos muy dulces. Así que quien canta sus males espanta y mientras tanto y sin demora: a grandes males, grandes remedios.

Rectificar es de sabios.